Paradójico: como ya sucediera en Los Angeles-84 y en Pekín-2008 la selección española de baloncesto llega a una final olímpica con los deberes prácticamente hechos. Queda, eso sí, la honrilla, el orgullo de sentirse el centro de la atención mundial, el morbo que supone jugar contra estos tipos, ese uno por ciento de posibilidades, la hipotética heroicidad de la que podríamos hablarles a nuestros nietos dentro de mucho tiempo. La paradoja proviene precisamente del hecho de que no creo que exista un momento más importante para un deportista que la disputa de una final olímpica y, debido a lo trascendente del momento, tampoco creo que haya un instante de mayor responsabilidad. Pero jugar al baloncesto contra Estados Unidos debe ser algo así como hacerlo al tiro con arco contra Robin Hood, una tarea para la que uno no está nunca suficientemente preparado ni listo del todo; siempre te falta algo o siempre te sobra cuando mides tus fuerzas a las de estos auténticos gigantes.
A nadie escapa que el baloncesto europeo ha crecido mucho en los últimos veinte años, que sus zancadas son cada vez más largas y que la NBA ha empezado a nutrirse con descaro de jugadores del Viejo Continente, y en especial de España; pese a todo la ÑBA sigue claramente por debajo y, otra paradoja más al canto, es justamente esa certeza de la inferioridad ante Anthony, Paul, Bryant o Durant la que te brinda la tranquilidad de poder saborear un partido único sin miedo a una derrota que todo el mundo da por hecha. Si Estados Unidos y España jugarán un play-off a siete o cinco partidos ese uno por ciento de posibilidades al que hacía referencia antes quedaría probablemente reducido a un 0 mondo y lirondo, pero el caso es que no son siete ni cinco sino uno, sólo uno, uno nada más. Y si...
Bien mirado, España saltará al parquet aproximadamente dentro de doce horas en representación del baloncesto terráqueo, del baloncesto humano, y contra el basket extraterrestre, y todos, argentinos, brasileños, italianos, franceses o rusos, se verán más o menos reflejados en nuestros Gasol, Navarro, Reyes o San Emeterio. Scariolo, que al parecer lleva casi desde el arranque de estos Juegos preparando sus trampas para elefantes, lo fía todo a ese uno por ciento y a la perfección: la perfección en defensa, la perfección en ataque, que nada sobre y que nada falte, que las cosas salgan endiabladamente bien y que todo el mundo tenga condenadamente sincronizados sus relojes. Difícil, sí, desde luego, pero no imposible. Y el premio es tan goloso... Cuenta la leyenda que Robin Hood erró el tiro una vez, ¿por qué no iba a hacerlo Kobe Bryant?...