Lo dijo Napoleón: "Hay tantas leyes que nadie está seguro de no ser colgado". Leyes hay, por supuesto, lo que no hay es justicia. Ni existe tampoco una voluntad firme para hacer cumplir las innumerables leyes de las que nos hemos dotado. No nos engañemos: el despiporre de nuestro deporte no es más que el fiel reflejo de un desgobierno aún superior. Llamaría mucho la atención y sería motivo de sesudo estudio que, mostrándose el Estado absolutamente incapaz para hacer cumplir la ley en asuntos más graves (gran paradoja: ayer, mientras se reunía el Comité Antiviolencia, se excarcelaba a Santi Potros, el líder de la ETA más sanguinaria), el mundo del deporte en España fuera una especie de oásis regido por el sentido común y la rectitud. Pues no: el deporte es, como todo lo demás en nuestro país, otro sindiós, si se me permite la expresión un tanto vulgar.
Dicen que no conviene legislar en caliente pero eso es justamente lo que, siempre que se ha producido un hecho similar al del domingo en los alrededores del estadio Vicente Calderón, se ha hecho en nuestro país. Ocurrió cuando una bengala acabó en Sarriá con la vida de un niño de 13 años: tuvo que morir Guillem para que empezara a aplicarse el reglamento (ya existente) sobre la prohibición de entrar a un recinto con ese tipo de artefactos. Ocurrió cuando, ese mismo año de 1992, un guardia jurado fue apaleado en el Sánchez Pizjuán. Ocurrió cuando asesinaron a Aitor Zabaleta (por cierto: dramáticas declaraciones del padre del seguidor de la Real Sociedad diciendo el otro día en La 1 que nadie del Atlético de Madrid se puso jamás en contacto con él). Ocurre ahora con la muerte de Romero Taboada.
A mí lo del cierre de gradas, la pérdida de puntos y el descenso de aquellos clubes que no expulsen a los radicales de sus estadios me suena a chino. Ya tenemos el Código Penal. Hay una Ley del Deporte que dedica diez artículos a la prevención de la violencia en los espectáculos deportivos. Ya existe otra Ley (redactada ad hoc y para contentar a nuestros socios europeos después de que Luis Aragonés fuera pillado por las cámaras de televisión llamando "negro de mierda" a Henry durante un entrenamiento) contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia. Leyes hay. Tantas que, parafraseando a Napoleón, ninguno de nosotros puede asegurar que no será colgado antes de que acabe el día. Hay leyes, sí, pero no existe voluntad alguna por parte del Estado para hacer que éstas se cumplan. Hoy, como antaño, se prometen Unidades de inteligencia, directores de partidos, Comisiones de Control y Seguimiento, nuevos tornos dactilares, un Código Ético... Mucho ruido después de la tragedia, que ya ha dado la vuelta al mundo. Mucho, mucho ruido. ¿Y las nueces?...