El césped. Es otra de las obsesiones del Barça. Que el césped no esté ni demasiado alto ni demasiado bajo, ni escaso de agua ni sobrado de ella, aireado, nutrido y humidificado, fertilizado, escarificado y con el riego ajustado, no vaya a ser que el viento distorsione su uniformidad. En perfecto estado de revista, vamos. Ayer, cuando tuve noticia de las declaraciones de Montoya, reconozco que tuve que leerlas de nuevo para comprender a qué se estaba refiriendo exactamente cuando dijo que "en la segunda parte el césped estaba un poco alto": ¿Acaso creció en el descanso? ¿Qué abono misterioso es ése que maneja el jardinero fiel osasunista capaz de obrar el milagro para que la hierba suba como la espuma en un período de tiempo estimado en 15 minutos?
Hasta Xavi será capaz de entender que "los enemigos que el Barcelona tiene en Madrid" se tomen a chufla las declaraciones de su compañero de equipo. No hay otra forma de enfocar el asunto de Montoya como no sea desde el humor, la ironía y el sarcasmo. Jamás había oído en mi vida una excusa más increíble y más barata que la del crecimiento del césped de un campo en la segunda mitad para justificar un empate. Un empate, por otro lado, que continúa dejándoles líderes de Primera División y con una ventaja muy cómoda con respecto al Real Madrid, que es el equipo que realmente siempre ha preocupado al Barcelona. Para tranquilidad de Montoya le diré que, previa consulta con un jardinero de mi completa y total confianza, no existe abono misterioso capaz de hacer crecer el césped en menos de un cuarto de hora.
El césped, todo un clásico, por un lado. Y la agresividad hacia Neymar, que va camino de serlo, por el otro. Si Neymar tiene interés en saber el significado exacto de la palabra "dureza" que le pregunte a Cristiano Ronaldo. Cuando a Neymar le partan la ceja de un codazo, de ella empiece a manar abundante sangre y el árbitro ni siquiera pite falta y pida que sigan jugando, entonces podremos hablar de dureza. Neymar debe olvidarse cuanto antes del Náutico y del Coritiba y empezar a darse cuenta de que esto no es la Liga de chicle de Brasil. Nadie logrará impedir que los defensas intenten parar a un delantero rival, se llame como se llame. Esa campaña culé, como la fantasiosa del césped, busca lo de siempre: que se reconozca la "singularidad" del Barcelona en un campeonato que, aunque a Xavi pueda parecerle una nueva provocación, componen otros 19 equipos.