Anotado quedó en su momento que a mí todo esto del secretismo de las votaciones del Comité Olímpico Internacional, la visita de los doce hombres y mujeres sin piedad a las ciudades candidatas y el consiguiente y vergonzoso peloteo de políticos, deportistas, medios de comunicación y gentes de la cultura en general, y la posterior presentación de esos extensísimos e ilegibles informes de cientos y cientos de páginas me parece en realidad una morrocotuda tomadura de pelo. Si por mí fuera a los examinadores les iba a dar vueltas por La Cibeles el mismísimo Tomatito y, por eso de seguir con el mismo arte, a Copenague iba a ir el 2 de octubre Rita la cantaora. El otro día había quien me preguntaba, por supuesto que retóricamente porque aquí te das la vuelta y te hacen una pregunta retórica, si yo pensaba de verdad que a Barcelona le habían entregado los Juegos del 92 porque Juan Antonio Samaranch presidía el COI: no, qué va, Barcelona organizó los Juegos por el peso que tenía dentro del organigrama el vicepresidente tercero que debía ser por lo menos de Vietnam... ¡Pues claro que Barcelona fue olímpica por Samaranch!
En la presentación del otro día del informe final no vinculante (y si no es vinculante, ¿para qué tanta matraca?) procedente de los informes tampoco vinculantes por subjetivos de las cuatro ciudades candidatas previo a la extrañísima votación final sí vinculante (¡al fin!) de dentro de unos días pero posterior al viaje que los examinadores del COI se pegaron por las cuatro ciudades con objeto de redactar el informe que a nadie vincula del principio del segundo párrafo de este artículo, la nuestra, o sea la ciudad de Madrid, quedó clasificada la cuarta de cuatro. Cuarta de cien estaría muy bien, incluso estaría bien cuarta de diez, pero cualquier idiota se daría cuenta de que quedar cuarta de cuatro no significaba precisamente que el COI nos estuviera dando demasiadas esperanzas de salir elegidos para 2016, y sin embargo entre nuestros políticos, y significadamente por parte de Alberto Ruiz Gallardón, estalló un júbilo similar al que yo supuse que embargaría en esos momentos a Carod Rovira, boicoteador de Madrid 2012, por el mismo motivo. ¿Cómo era eso posible?
El alcalde dio entonces el pistoletazo de salida a una tomadura de pelo local, culminada hoy mismo con la presentación en sociedad del avión que trasladará hasta Copenague a la delegación oficial madrileña, dentro de esa gran tomadura de pelo universal que es el negocio este del olimpisimo y de los caballeros del COI. Y aquí, como en el famoso sketch de los Monty Python en el que unos millonarios se dedican a presumir de una infancia pobre, adornándola y exagerándola más y más y aumentado sus propias burradas para aparecer a ojos de sus colegas como el más desdichado del mundo, todos han aceptado el órdago festivo de Gallardón. Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español, un hombre razonable y serio, ha dicho que todas las candidaturas se cambiarían por la nuestra. Ole y ole. Dentro de veinte días se subirán al Airbus A-321, al que yo habría bautizado como Mister Magoo en honor al entrañable cegato, y cuando el 2 de octubre el francófono Rogge lea el papelito y diga "¡Río!" o "¡Tokio!" o "¡Chicago!" pondrán cara de incredulidad para redondear su actuación y cerrar nuestra propia tomadura de pelo. Y a pensar en 2020, año en el que, si nadie lo remedia, Gallardón seguirá siendo alcalde, Zapatero presidente, Rajoy opositor y Madrid continuará convertida en esa gigantesca zanja de miles y miles de metros cuadrados que una vez, no hace mucho tiempo, llevó al actor Danny de Vito, de visita por aquí, a preguntarle a un taxista si ya habíamos encontrado el tesoro. El tesoro todavía no pero el rollo macabeo acaba de aparecer.