Leo, al mismo tiempo que me como una naranja de Valencia, el artículo que publica Carlos Romero en El Mundo del siglo XXI. Porque yo, a diferencia de Fernando Alonso que es más de manzanas, me pirro por las naranjas. Es la fruta española por antonomasia y, aunque sea fuera de temporada, ácida y un poco seca, la naranja me ayuda a pensar. Y a leer. Por eso leo, como decía, el artículo de Romero en El Mundo, un carrusel de contradicciones históricas de la Federación Internacional de Automovilismo, la famosa FIA, y, a punto de hincarle el diente al último gajo, llego a la conclusión de que la F1 es sin duda alguna el deporte profesional con más lobbys por metro cuadrado. A su lado, Victoriano Sánchez Arminio es una hermanita de la caridad.
En el 89, en el circuito de Suzuka, Alain Prost realizó una maniobra poco elegante sobre Ayrton Senna, y la FIA castigó al brasileño por saltarse la chicane: lobby francés. Un año más tarde fue Senna quien expulsó adrede a su compañero de la pista, enviándole contra el muro. La famosísima telemetría y las posteriores declaraciones del piloto brasileño confirmaron el altercado y, aún así, Senna no fue sancionado: lobby brasileño. En el 97, Michael Schumacher trató de hacer con Jacques Villeneuve en el circuito de Jerez exactamente lo mismo que Senna había hecho con Prost siete años antes, pero entonces la FIA sí castigó al alemán: lobby canadiense. Con posterioridad a todos estos hechos realmente polémicos, según el testimonio del periodista, ha habido multitud de acciones bastante más peligrosas que aquella protagonizada hace diez años por Schumacher y que quedaron sin sanción por el simple hecho de que los pilotos no eran tan conocidos como el alemán: o sea, lobbys universales y a discreción.
Estoy pensando que a lo mejor el problema que tiene el automovilismo español es que cuenta con un campeón mundial, pero, sin embargo, carece de un lobby que le defienda cuando sea necesario, un lobby serio y en condiciones, el mismo que nos faltó, por cierto, para que Madrid fuera designada ciudad organizadora de los Juegos de 2012. Oigo al presidente de la Federación Española de Automovilismo (¿la FEA?) llamando "trampas" a Lewis Hamilton, rebautizándole como a aquel personaje de la serie "Bonanza", y aquello me retrotrae a mis años de colegio. Recuerdo que a un niño le quitaron un lapicero, y éste, lloriqueando, imploró a la maestra: "¡Señorita, señorita, me han quitado los pinturines!". Si nuestra Federación, o alguien, quien sea, pretende hacer algo, lo que sea, que lo haga de una maldita vez, pero que no vaya lloriqueando por los rincones, haciendo el más soberano y estruendoso de los ridículos.
The Guardian ha revelado la conversación surgida entre Ron Dennis y Hamilton y me ha venido a la memoria aquella otra que mantuvieron Carlos de Inglaterra y Camila Parker-Bowles. Esto se pone interesante, y eso a pesar de que en la Fórmula Uno ya no se puede adelantar. Si Alonso es listo, romperá su contrato en cuanto concluya la temporada y se buscará la vida en otra escudería. Y si Dennis es inteligente se tomará un año sabático porque al pobre sólo le falta quedarse embarazado. Por mucho que nos empeñemos en lo contrario, el futuro de McLaren Mercedes le pertenece a Lewis Hamilton. Es inglés y tiene su propio lobby. Alonso es español y a lo máximo que aspira nuestra Federación es a llamarle "trampas" a Hamilton. De resultas de tanta ofensa, lo mismo decide retirarse del Mundial en el último minuto.