Pocos animales pueden esconderse de un tiburón hambriento, muy pocos. Famosos por su intensidad, los tiburones son extremadamente tácticos a la hora de buscar y capturar sus alimentos. Está comprobado científicamente que pueden escuchar los sonidos de baja frecuencia de un pez moribundo, por poner un ejemplo, y están diseñados genéticamente para oler moléculas de sangre; hay quien asegura que, llegado el caso, son incluso capaces de detectar una gota de sangre en una piscina olímpica. Contrariamente a la creencia popular, el tiburón goza de una excelente visión; es cierto que no pueden ver a sus presas hasta que se encuentran a unos 30 metros de distancia de ellas pero, sin embargo, son conscientes de su presencia desde mucho antes porque las han escuchado y olfateado. El tiburón tiene un sexto sentido llamado electrorrecepción, que viene a ser la habilidad natural para recibir impulsos eléctricos que emitimos todos los seres vivos. Lo único que puede salvarnos la vida si nos topamos con un tiburón es que éste no tenga hambre, en cuyo caso pasará de largo sin hacernos el menor caso. Si no nos movemos, claro.
El diccionario de la lengua admite tres acepciones del sustantivo tiburón. La primera hace referencia al pez selacio marino, del suborden de los escuálidos, muy voraz, al que acabo de referirme. La segunda sirve para definir a aquella persona que, de una forma solapada, adquiere un número suficiente de acciones de un banco o de una sociedad mercantil para lograr cierto control sobre ellos. La tercera definición de tiburón sirve para catalogar a esa persona ambiciosa y que a menudo actúa sin escrúpulos que todos hemos conocido alguna vez. El fútbol profesional tiene el comportamiento del pez mezclado con el del ser humano. Es decir que es táctico a la hora de detectar sus presas a las que intuye gracias a su fino olfato y a su gran visión y, al mismo tiempo, actúa con ambición y sin escrúpulos, características que no adornan al tiburón, que cuando muerde es por algo tan simple como que tiene hambre.
En el fútbol el tiburón es el club y la presa el futbolista, de modo que cuando en los medios de comunicación empieza a hablarse insistentemente de un jugador es por la sencilla razón de que los tiburones del fútbol mundial han olido su sangre en una piscina olímpica. Da igual que no muerdan, incluso resulta indistinto que tengan o no tengan hambre, cuando el nombre de un futbolista aparece a diario como posible presa... es porque lo es, es porque es una presa. Porque, por si todo ello fuera poco, en el mundo del fútbol profesional hay otro componente añadido más que es el representante, a su vez mitad tiburón blanco y mitad ser humano, que deja caer el nombre de su representado para que todos sepamos que se quiere ir, o sea para que olamos su sangre.
Da igual que Pep Guardiola diga que él no ficharía a Messi porque quiere que el argentino acabe su carrera deportiva en el Barcelona, eso da igual. Da igual, entre otras cosas, porque a lo mejor la próxima temporada quien no está en el banquillo del City es Guardiola. Y da lo mismo que nos creamos o no que la Juve es capaz de juntar en el mismo equipo a Cristiano y a Messi, eso da lo mismo. Lo que importa es que la presa tiene una cláusula liberatoria según la cual puede decidir dejar el Barcelona gratis y, al parecer, hasta cinco tiburones tendrían ahora mismo a su equipo de contables echando números para ver si son o no son capaces de hincarle el diente...Por cierto, si se habla de Messi es porque Messi quiere. Leo podría decir "me quedo", pero no lo va a hacer porque lo que Messi, convertido de repente en un tiburón, pretende no es otra cosa que desgastar a Bartomeu, a quien no traga, provocando un cisma en la junta directiva azulgrana, a la que no soporta, y llevando la situación hasta el extremo de un callejón que sólo tenga una salida, la del adelanto electoral.
Porque Messi es presa para el City o para la Juve, sí, de acuerdo, pero sin embargo es tiburón para su propio club, al que tiene sometido, sojuzgado y dominado desde hace ya la friolera de tres lustros. El tiburón Messi sabe que ni cien Lautaros le valdrían al presidente del Barcelona para hacer olvidar su nombre, de modo que deja que el río suene a la espera de que todos creamos que lleva el agua de su adiós. Para el caso da lo mismo que su marcha se produzca o no porque Bartomeu sufrirá igual: si se queda porque se quedará y seguirá mandando, si se va porque se irá y a quien mandarán a esparragar será a él mismo. Como canta el capitán Quint, 'ya me marcho de aquí linda dama española, adiós que me voy oh preciosa mujer, porque orden tenemos de zarpar hacia Boston y ya quizá nunca nos volvamos a ver...'.