Dicen que con Julio César viajaba siempre un esclavo con la misión de recordarle que él era un hombre, sólo un hombre. El problema de Leo Messi es que a lo largo de estos últimos quince años absolutamente nadie le ha dicho eso mismo en Barcelona, más bien al contrario. A Messi le han dicho que es un dios, así, con la d minúscula, que jamás habrá otro futbolista como él, que el club era él, que sin él el Barcelona no tenía sentido. La palabra de Messi era la palabra de un ser divino, aún hoy hay quien aparece en televisión con una falsa biblia con las páginas en blanco. Con Messi hasta el último regate, decía el otro día Lobo Carrasco en El Chiringuito. Y si es fuera del Barcelona, con Messi hasta su último regate en el PSG, en el City, en el Inter de Milán... porque lo que importa es el futbolista, el diosito de cartón piedra y no la institución. El Barcelona y los barcelonistas tienen lo que se merecen, ellos han creado a Messi, le han renovado ocho o nueve veces su contrato y alguien muy ingenuo, pero mucho, pensó que Lionel Messi era tan culé que el hecho de que se incluyera una cláusula liberatoria en su contrato no significaría jamás que el argentino fuera a marcharse de su club de toda la vida. El ingenuo que puso la firma al pie de dicho contrato tiene nombre y apellido y se llama Josep María Bartomeu, pero si hace un mes hubiéramos realizado una encuesta en Barcelona entre socios y aficionados culés y les hubiéramos preguntado si ellos creían que Messi esgrimiría esa cláusula que le permitía irse gratis al final de cada temporada, el cien por cien habría dicho que no: ¿Cómo habría de irse de su casa? ¡Anatema!
Aún hoy, en pleno chapapote, con Messi recluído en su casa, ausente de los tests y de los entrenamientos, claramente en rebeldía mientras su Fútbol Club Barcelona se autodestruye, bañándose en la piscina con sus hijos, hay quien sostiene que hay que darle lo que quiera para que siga: la cabeza de Bartomeu, el corazón del vicepresidente, un riñón de un directivo, que le cambien el nombre al Camp Nou y pasen a llamarlo Mateo Stadium, que Barcelona deje de llamarse Barcelona y pase a llamarse Antoneliópolis en honor a su esposa, que le dejen nombrar portavoz a su caballo, como dicen que hizo Calígula. Interesante pescadilla mordiéndose la cola puesto que quienes eso sostienen no saben que, haciéndolo, volviéndole a darle todo a Messi, no sólo no lo recuperarán sino que profundizarán en el problema que les ha llevado a esta situación sin salida. Y es que el Barcelona vive en el precipicio porque todos en la ciudad condal despreciaron la posibilidad de que un culé tan culé como Messi fuera a dejarles tirados alguna vez. Pues lo ha hecho.
Pero Bartomeu no es el único culpable, no, qué va. El periobarcelonismo, que ha ocultado todo, que le ha restado importancia al inusual método de gestión de entregarle todo el poder a los jugadores, a un futbolista en particular, también es culpable. Hoy el periobarcelonismo huye, ha puesto pies en polvorosa y hete aquí que, de repente, viene a decir lo mismo que llevamos diciendo algunos desde hace mucho tiempo: que el club seguirá sin Messi, que el club es más grande que un futbolista... que se va. Porque Messi se va, de hecho se ha ido ya. Bartomeu, culpable. El periobarcelonismo, culpable. También es culpable Messi, que está dando un portazo cuando el Barça está atravesando por sus horas más bajas desde hace diez años. Un primo suyo decía el otro día que no era feliz y que tiene que reencontrar dicha felicidad. Zarandajas. A estas horas Lionel Messi aún no ha dicho esta boca es mía y nadie sabe si se va por Bartomeu, porque el año pasado no vino Neymar, porque éste quieren prescindir de Suárez, porque no le gustó su conversación con Koeman, porque ha pensado que es mejor el 2+2 que le ofrece en mano el City que el ciento volando culé, porque quiere volver con Guardiola o simple y llanamente porque está aburrido de tanto peloteo. Messi también es culpable, como lo es la afición, que ha contribuido a ensalzar a un futbolista que, de habérselo propuesto, habría podido nombrar efectivamente directivo a su caballo como Calígula a Incitatus.
El colmo de los colmos lo representa para mí Lobo Carrasco. Hoy veía a Chema Crespo, director de Público, justificando que a día 1 de septiembre sólo haya cobrado el ingreso mínimo vital un veinte por ciento de los peticionarios. No era, claro, por la ineptitud del PSOE y de Podemos, no, sino porque las peticiones se están estudiando con lupa: ¿También los ERTE, que tampoco se están cobrando? ¿Culpable VOX? ¿Culpable Abascal? Como Messi acaba de darle al barcelonismo una patada traidora que convierte a Luis Figo en el socio número uno del club azulgrana, ahora resulta que es que el argentino valiente ha salido de su pasillo de confort. A otro perro con ese hueso, Lobo, a otro perro con ese hueso porque hoy, ahora mismo, en la situación por la que están atravesando Barça y City, el confort lo representa sin lugar a dudas el club inglés: en el Camp Nou va a hacer mucho frío en los próximos años y eso lo sabe Messi.
Si debes mil euros, el problema lo tienes tú; si debes mil millones de euros, el problema lo tiene el banco. Si le pones a un futbolista una cláusula según la cual no puede salir salvo que pague 700 millones, el problema lo tiene el jugador; si le pones una cláusula por la cual puede irse gratis al final de cada temporada, el problema lo tiene el club. De modo que el problema lo tiene el Barcelona porque lo ha generado el Barcelona... por soberbia. Porque esa cláusula liberatoria se incluyó en el contrato de Messi porque todo el mundo, y no sólo el presidente culé, todo el mundo estaba seguro en la ciudad condal de que Messi era el más barcelonista y no existía la más mínima posibilidad de que acabara jugando para otro equipo, y mucho menos para uno rival. Si, como dijo Bartomeu, Messi se ha ganado el derecho a decidir dónde quiere jugar, que le dejen hacerlo. Si el Barcelona tardó cinco años en despertarse por el tortazo de Figo supongo que ahora tardará diez, quince, veinte... Quizás no se recupere nunca, no lo sé. Si en el Camp Nou han aprendido la lección, miel sobre hojuelas, aunque lo dudo. Ahora le darán todo a Ansu Fati o a Lautaro si finalmente viene, y dirán de él que es el nuevo Messi. El nuevo, sí, porque el viejo se irá habiéndole pegado a su club de toda la vida la mayor patada traidora de la historia del fútbol mundial. Y el jugador no es el único culpable.