Cuando la historia de Javier Clemente en el banquillo de la selección, muy similar a la que acontece hoy con Luis Aragonés, se hizo realmente insostenible, Esperanza Aguirre, que por aquel entonces era la ministra de Educación y Deportes, dio su opinión acerca de lo que estaba sucediendo. La ministra no hizo otra cosa que convertirse en correa de transmisión de una ciudadanía (porque el asunto trascendió a los aficionados) que no comprendía cómo era posible que el presidente de la Federación y el seleccionador nacional diesen la espalda a la opinión de la gente y acabaran enrocándose en la calle Alberto Bosch. Walter García dijo anoche en El Tirachinas que más tarde Esperanza Aguirre declararía en una entrevista que, de repetirse idéntica jugada, ya no volvería a actuar de la misma forma. No tengo confirmada esa información, pero yo sigo pensando que la ministra estuvo en su sitio. No en vano, la Federación recibió en el año 2003, por poner sólo un ejemplo, un total de 15,4 millones de euros del Consejo Superior de Deportes. Algo tendría que decir la ministra del ramo, digo yo.
En plena vorágine de connotaciones, con Carretero subiendo, Villar bajando, Pérez esperando y Luis dimitiendo a la una y volviendo a fichar a las seis, Jaime Lissavetzky, secretario de lo que nos queda de Estado para lo que nos queda de Deporte, dijo que esta vez no se producirían injerencias. Bendita injerencia la que puso las cosas en su sitio de una vez por todas y le hizo ver a Clemente que aquello no se sostenía más puesto que tenía a España dividida en dos. Lissavetzky se premia a sí mismo por ser un secretario de Estado inactivo, un responsable deportivo sin opinión formada acerca de lo que viene sucediendo desde el Mundial de Alemania para acá. De la ministra Cabrera espero menos que de Lissavetzky, por supuesto.