En realidad, el proyecto que Ramón Calderón tenía para el Real Madrid, fruto de la ofuscación con Florentino Pérez, a quien dijo "sí, bwana" durante seis años, fue posible gracias a un proceso electoral de dudosísima higiena democrática, y empezó y concluyó con un par de nombres: Kaká y Cristiano Ronaldo, ambos fichajes frustrados. Con el primero, el recién elegido presidente empeñó su palabra y fue descaradamente utilizado como banderín de enganche para unos cuantos despistados que acabaron por entregarle su voto; en cuanto a la contratación del astro portugués, fruto de su inacabable imaginación como el anterior, lo fió absolutamente todo a su contratación, enemistándose con un enemigo tan poderoso como el Manchester United, colocando al futbolista en un callejón con pocas salidas y tocándole de paso las gónadas a Ferguson. Como con Kaká, Calderón quiso volver así a imitar a su archienemigo Pérez, pero el tiro le salió otra vez por la culata y entonces, a toda prisa, tuvo que traerse a Van der Vaart e intentar convencer a Cazorla y Villa de que aquí lo ganarían todo. Agua otra vez.
El ticket electoral de su candidatura lo formó Calderón con uno de los héroes del madridismo, Pedja Mijatovic, autor del histórico gol que dio paso a la séptima Copa de Europa después de más de treinta años, un gran futbolista en los años 90 pero un director deportivo con una hoja de servicios tan corta como el cuento del dinosaurio de Augusto Monterroso. A Mijatovic le sonaba que Capello ganaba partidos y convenció a Calderón, que nunca le quiso, para traerle. Al contrario que la de Kaká, aquella promesa sí fructificó porque Fabio es muy madridista y porque, y esto les pediría por favor que quedase entre ustedes y yo y que no saliera de aquí, la Juve se iba al garete. No caeré en el exceso de afirmar que la Liga que ganó Capello fue mala para el Madrid, pero sin embargo sí afirmaré que aquel título, conseguido de aquella manera, envió un mensaje equívoco a Ramón Calderón, quien ya salió disperso de las elecciones. Quiso el socio 14.878 jugar otra vez a ser el socio 5.894 y, en pos de la excelencia perdida pero sin realizar fichajes excelentes, prescindió del aburrido Capello para traer a un tipo tan entretenido como Schuster.
Tampoco me atreveré a decir que la Liga conquistada por el alemán, jugando ligerísimamente mejor al fútbol que su antecesor en el cargo, resultara letal para un club que ya tenía 30 en sus vitrinas, pero sí colaboró definitivamente a la hora de colocarles una venda a los de arriba. Pretendió entonces Calderón pasar a la historia y traerse para aquí a Ronaldo, convirtiéndole en su Figo, aunque sin cometer el error (habían pasado ya dos años desde el kakazo) de empeñar su palabra en elllo. La reflexión de Calderón-Mijatovic fue tan pacata como la siguiente: si somos campeones de Liga, eso quiere decir que tenemos un equipo campeón y, por lo tanto, únicamente hace falta reforzar la plantilla con un crack. Craso error... otra vez. Dicen que cuando, allá por 1958, llegó a España Samuel Bronston con objeto de rodar Orgullo y Pasión, el productor estadounidense de ascendencia rusa se empeñó en derribar a cañonazos las auténticas murallas de Avila: aquello formaba parte del show que él tenía pensado para Sophia Loren, Cary Grant y Frank Sinatra. Gracias a Dios, las autoridades convencieron a Bronston de que aquellas murallas eran patrimonio histórico español y no se podían echar abajo, y menos aún por una película por mucho que en ella participase la extraordinaria señora Loren. Las murallas que ustedes pueden ver en la película de Bronston son tan falsas como el proyecto deportivo de Calderón, aunque, a diferencia de éste último, las primeras dan el pego, entre otras cosas porque, estando presente Sophia, nadie va a perder ripio del escote de la italiana para desviar la mirada hacia una cerca militar románica de cartón piedra.