Yo ya me lo puedo creer casi todo. Si una tatarabuela australiana de noventa y cuatro años, que dejó el colegio a los doce, ha sido capaz de obtener un título universitario de postgrado, no sé por qué no va a ser también capaz Fabio Capello de hacer jugar bien al fútbol a alguno de sus equipos en un futuro próximo. Si no me equivoco, Fabio ha cumplido sesenta años, treinta y cuatro menos de los que tiene Phyllis Turner, la heroína de nuestra historia, de forma que el técnico italiano tiene toda una vida por delante, si es que no opta por la jubilación anticipada, para replantearse en serio su concepto de un juego que, paradójicamente, le ha convertido en millonario. Es como si un tenor, por poner un ejemplo, hubiera logrado triunfar a base de gallos. Pues Fabio ha ganado miles de millones de euros desafinando.
Han bastado dos partidos de pretemporada, sólo dos, para que los capelistas más recalcitrantes hayan salido de sus catacumbas para atizarle a Bernd Schuster. Estoy seguro de que el 3-0 del otro día –¡en el segundo partido que dirigía el alemán!– ha sido motivo de celebración por parte de ese sector de fans del fútbol prehistórico de Capello. Fabio ya no está, se fue, o, por mejor decir, le "fueron" (pagando, por supuesto) por el simple hecho de que aburrió mortalmente a las ovejas a lo largo de diez meses, diez, de la pasada temporada. Capello ya no está, pero estoy convencido de que los resultadistas, los amantes del gol de penalti (o con la mano) en el último minuto, darán mucho juego a lo largo del año. Porque para cualquier capelista de carnet, cualquier amante de las tácticas futbolicidas de Capello, Schuster, que tiene la fea costumbre de pretender que sus equipos diviertan a los espectadores que hayan pagado una entrada, debe ser algo así como la bicha, el demonio, el innombrable y no sé cuántas cosas más.
La primera diferencia entre Capello y Schuster es que el primero cobró para irse mientras que el segundo pagó para venir. Schuster igualaría a Capello sólo con jugar al anti-fútbol durante ocho meses y luego hacerlo regular, tirando a mal, durante otros dos. Es cierto que, sin saber ni cómo ni por qué, Capello se tropezó con una Liga, pero no lo es menos tampoco que lo hizo practicando algo muy similar al fútbol australiano, ya que empezamos hablando de la adorable señora Turner. Capello aseguró que en cuarenta días su equipo jugaría bien y tuvimos que darle otros doscientos más para que lo hiciera sólo mal. Los capelistas han jurado venganza y no le pasarán ni una a Schuster, pero, al final, a pesar de todos los pesares, el Real Madrid volverá a jugar bien al fútbol, devolviéndole así al club la que ha sido sin lugar a dudas su seña de identidad fundamental a lo largo de los últimos cincuenta años.