Ayer, mientras escuchaba a Manolo Santana en uno de los múltiples reportajes que, con motivo de su fallecimiento en Marbella, le dedicaron las diferentes televisiones, pensé que la normalidad está infravalorada. Y no sólo eso: la anormalidad, lo estrafalario, tiene premio. Llegué a esa conclusión escuchando a Santana porque, más allá de ser uno de los pioneros del deporte español junto probablemente a Ángel Nieto y Severiano Ballesteros, él era fundamentalmente un hombre normal. Quiero decir que, cuando el tenis era en España un deporte para la élite, Santana se fue a París y ganó Roland Garros pero no se convirtió en un esnob sino que siguió siendo un hombre normal. Luego el niño que fue recogepelotas se fue al torneo más clasista del mundo, que es Wimbledon, lo ganó y no protagonizó ninguna estravagancia.
Después ganó en Estados Unidos, otra vez en París, llegó a dos finales de la Copa Davis, fue medalla de oro en los Juegos del 68 y hete aquí que nada de eso lo transformó en un idiota y Manuel Santana Martínez siguió siendo una persona absolutamente normal. Como, por cierto, fueoron también normales los otros dos deportistas anteriormente citados, Nieto y Ballesteros. Sus éxitos convirtieron a Santana en uno de nuestros más grandes tenistas y en un deportista excepcional pero fue justamente su normalidad la que transformó al jugador de tenis en una persona querida, respetada y popular. La gente lo quería y el sábado sintió profundamente su muerte.
El jueves pasado, y a propósito del homenaje que hoy se le ha tributado a Mirza Delibasic en el vigésimo aniversario de su muerte, le pregunté eso mismo a Juan Antonio Corbalán, otro hombre normal por cierto, y él, que se codeó durante años con estrellas del baloncesto, me dijo que era muy fácil perder el norte. Yo se lo pregunté de otra forma y él me respondió diferente, pero para el caso es lo mismo. Pese a su don, que le convertía en un deportista excepcional, Delibasic era un hombre normal fuera de las canchas, que era exactamente lo mismo que le sucedió a Santana fuera de las pistas de tenis. Santana nació en Madrid en 1938, de modo que ha muerto con 83 años. Esa, la suya, ha sido la generación que hizo de España lo que es hoy. Lo hicieron, por cierto, con dos ingredientes fundamentales: generosidad y normalidad.
Al padre de Santana no le fue precisamente bien con Franco, más bien todo lo contrario, pero, en ese documental al que antes hacía referencia, oí a Manolo decir algo muy sensato: "Lo importante es mirar hacia adelante y no guardar rencor". O sea, un futuro mejor para todos como objetivo común y la unidad como catapulta para lograrlo, que es exactamente todo lo contrario de lo que tenemos hoy. Hoy tenemos a un niño de 5 años acosado por la hidra independentista, a un Gobierno que trata de sortear a la justicia para poner en libertad a una mujer que no lo merece, a un ministro que pone en huelga a los juguetes y a un Ministerio de Educación que pretende borrar de un plumazo de los libros de texto quinientos años de la historia de España. Manolo Santana, y ya puestos Ángel Nieto o Severiano Ballesteros, habrían interpretado mejor que todos estos frikis que nos rodean lo que le hace falta hoy a nuestro país, que no es otra cosa que mirar hacia adelante aparcando el rencor. Gente corriente. Personales normales. Gente normal.
Como por ejemplo, y cambiando de tercio, Carlo Ancelotti. Ancelotti ha edificado su Real Madrid huyendo de la anormalidad de un once que variaba constantemente y que nadie (tampoco los madridistas) era capaz de reconocer. Y gracias a ello (o gracias también a ello) el Real Madrid no sólo se ha aupado a la primera posición de la tabla sino que aventaja en 8 puntos al Sevilla, saca 13 al Atlético de Madrid y viene de enterrar al Barcelona, al que ya distancia en 18. Es diciembre, lo sé, y la Liga no ha acabado, pero este campeonato sólo lo puede perder el Real Madrid, que no suele hacerlo históricamente cuando se encuentra en situaciones similares a la actual.
A la espera de saber si el éxito define también a esta segunda etapa de Ancelotti al frente del vestuario madridista, la normalidad, la sensatez y la coherencia se habían apoderado de un equipo con ciertos tintes de histerismo y un entrenador que ni explicaba ni razonaba sus decisiones. Ancelotti habla de fútbol, razona sus cambios y reconoce los errores. O sea, como Manolo Santana, es otro hombre normal en un puesto que muchas veces no lo es. Anoche contó Josep Pedrerol cómo se gestó su fichaje por el Madrid: "El mejor entrenador del mundo está al teléfono", dijo José Ángel Sánchez. De éste al menos sabemos que no se irá de repente a Muebles La Oca dejando al club más tirado que a una colilla.