Siempre recordaré un pase por la espalda y en carrera de Delibasic en un Torneo de Navidad del Real Madrid. Aquel tipo de andares tranquilos y que parecía salido de un cuadro de El Greco, un caballero de la mano en el pecho fino y aparentemente debilucho, era un auténtico adelantado a su tiempo y tenía un sentido soberbio del concepto del espectáculo aplicado a su deporte. Con aquel pase estéticamente inmaculado dejó solo al pivot de turno que anotaría los dos puntos de rigor, sí, pero puso literalmente en pie al viejo pabellón madridista. Recuerdo aquella jugada como si se hubiera producido anoche, y aún me emociono. Pese a estar tan poco tiempo aquí, Mirza caló tan hondo en el corazón de los madridistas que es inevitable pensar en él como un referente de comportamiento tanto dentro como fuera de las canchas.
Escuela yugoslava, sí. Delibasic pertenecía a aquella generación de los Slavnic, Kikanovic, Dalipagic... Todos con un talento excepcional para jugar al baloncesto, pero por encima de todos Mirza, un buen tirador y un pasador maravilloso, un jugador con ojos en el cogote y un cerebro privilegiado. Llegó aquí con el Bosna Sarajevo recién proclamado campeón de Europa y le endosó ni más ni menos que 44 puntos al Real Madrid; el club blanco anunciaría en 1981 su contratación y, aunque hoy pueda parecer imposible, cuentan que fue él mismo quien se dirigió a Lolo Sainz dos años más tarde para pedirle la baja porque estaba claro que el equipo necesitaba un pivot americano si quería seguir compitiendo al máximo nivel. Estuvo aquí un par de temporadas pero el madridismo las disfrutó como si hubieran sido diez.
De Mirza, del que hoy se cumplen diez años de su muerte a causa de un cáncer linfático, recuerdo su forma de moverse y su modo de comportarse. Este personaje indudablemente "capriano" quiso aguantar con gallardía el cerco a Sarajevo, de la que pudo salir en innumerables ocasiones. Se convirtió, por supuesto, en un referente para todos, un activista contra la guerra. Dices Delibasic y en Tuzla miran al cielo, recuerdan al chico que entrenaba más que nadie y que quería anotarlo todo, también al jugador por el que merecía la pena pagar una entrada y que te obligaba a no pestañear por si te perdías el instante mágico; pero, sobre todo, tienen presente al héroe que quiso compartir la suerte de los habitantes de la ciudad de Sarajevo. Si me preguntan por mis diez instantes preferidos de la historia del deporte, yo me quedo con aquel pase de Delibasic por la espalda y en carrera, intrascendente y perfecto, redondo, una obra de arte. Inolvidable Magic Mirza.