Tengo una amiga que trabaja en un Museo de arte contemporáneo y allí tienen una señora de la limpieza que todos los días les pregunta lo mismo: "¿Esto es arte o lo tiro?" Y es verdad que últimamente, y salvo que seas un entendido en la materia, resulta muy complicado distinguir entre lo que es arte y lo que es basura. Piero Manzoni, por ejemplo, la vendió, vendió la basura. Bueno, la enlató. En la Galleria Pescetto de Albissola, en Marina, Italia, se conserva una de sus noventa latas denominadas mierda de artista. Al fin y al cabo Manzoni quería criticar con estas latas, una de las cuales se encuentra ni más ni menos que en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el hecho de que la simple firma de un artista de cierto renombre produjera por sí sola incrementos absolutamente irracionales en la cotización de la obra. Esta de Manzoni, la mierda de artista, está envasada en unas latas cilíndricas de metal de cinco centímetros de alto y un diámetro de seis centímetros y medio que contienen, según la etiqueta firmada por el autor, 30 gramos de sus propios excrementos conservados al natural y producidos a lo largo de todo el mes de mayo del año 1961. Manzoni murió en el 63 pero, casi 60 años después, supongo la gente sigue acudiendo encantada a los museos para ver su mierda.
Con el fútbol actual pasa lo mismo. Yo sé lo que me gusta a mí, sé lo que me divierte, pero la gente del fútbol, los entendidos y también algunos perversos críticos especialistas, insisten en decirnos lo que nos tiene que gustar y lo que no, lo que es divertido y lo que es aburrido. Incluso cuando algunos de ellos, como Manzoni, te venden mierda enlatada. Y ocurre algo verdaderamente prodigioso y es que, de tanto insistirte en que son ellos (tanto los artistas contemporáneos como algunos entrenadores de la nouvelle vague) los que saben verdaderamente lo que te conviene, acabamos todos dando vueltas alrededor de un fútbol que nos aburre profundamente del mismo modo que los espectadores giran alrededor de una lata con excrementos humanos, sin alzar demasiado la voz, sin preguntar ¿y esto por qué?, no vaya a ser que el entrenador de turno tenga efectivamente razón y sea arte lo que tiene toda la pinta de ser una auténtica basura. La única sincera es la mujer que ayuda a limpiar el museo de arte contemporáneo en el que trabaja mi amiga: "¿Esto es arte o lo tiro?"
Pues bien: nuestro Manzoni es Luis Enrique, que desde que llegó al puesto de seleccionador no hace otra cosa que vendernos mierda en lata. Como el milanés, el asturiano insiste una y otra vez, y en ocasiones con ese ramalazo de soberbia suyo tan característico que no puede disimular, que lo suyo es un arte tan delicado y tan novedoso, un arte tan refinado, que nuestros paladares (y en especial los de la prensa) no son capaces de saborearlo como es debido. En la calle, la gente, o sea los aficionados, ya no pierden el tiempo viendo por la tele a la selección nacional porque se aburren, tampoco saben en líneas generales contra qué equipos juega España o en qué competiciones lo hace y mucho menos podrían identificar las caras o los nombres de la mayoría de los futbolistas convocados. La España futbolística, que antes maravillaba con una generación irrepetible de jugadores, hoy simplemente aburre y lo único destacable es la insoportable vanidad del seleccionador, que sobrevuela sobre todos.
Yo recuerdo cuando Luis Rubiales me llamaba para invitarme a su despacho para contarme sus planes para la federación. Me pareció, y aún me parece, un buen tipo. Creía, y aún creo, que entre hacerlo mal y hacerlo bien él siempre optará por esto último. Cuando Rubiales me llamaba porque me necesitaba me solía hablar de lo desconectada que estaba la federación del mundo real, y era cierto: Villar, después de tantos años ocupando la presidencia, parecía un extraterrestre. Por eso, y tratándose de un hombre que yo entendí que buscaba el consenso por encima de todas las cosas, me sorprendió tanto la elección de Luis Enrique, que jamás en su vida profesional ha multiplicado y sólo se ha dedicado a dividir, para un cargo como el de seleccionador nacional. Pero el problema de Luis Enrique, como el de Rubiales y, en general, el de toda la federación, es la distancia que vuelve a abrirse entre ellos y la afición, una brecha que cada vez se agiganta más ante la incomprensión por el fútbol de España y la perplejidad de las convocatorias del seleccionador. No sabemos, en realidad, si lo de este equipo es fútbol o, como le sucedía a la señora de la limpieza del museo de arte contemporáneo en el que trabaja mi amiga, lo tenemos que tirar. La diferencia con Manzoni es que él enlató mierda como una crítica hacia el arte conceptual, era su forma de ironizar sobre la chaladura del arte moderno. El problema de Luis Enrique es que él se lo cree, se cree de verdad que lo suyo es fútbol cuando, y en líneas generales, hasta ahora ha sido sólo una mierda en lata.
El debate no es con la prensa deportiva, que seguro que sabe muchísimo menos de fútbol que Lucho aunque sólo sea porque él fue futbolista profesional. Somos tan impopulares que, entre elegirlo a él o a nosotros, la afición se quedará con Luis Enrique. En eso su táctica es inteligente. Pero, insisto, el debate no es ese ni tampoco con nosotros, el debate es con la afición, que tampoco entiende qué hace Luis Enrique y por qué éste sí y aquel otro no. Ese es el auténtico debate y no el otro. Yo sé lo que me gusta. A mí me gustan Las Meninas y no la mierda en bote. Llamadme raro. Luis Enrique sabrá más que yo pero sigue vendiéndonos latas de excrementos a precio de fútbol de alta escuela y por ahí sí que no paso. "¿Es arte o lo tiro?" Sencillamente genial. La próxima vez no preguntes, la próxima vez tíralo.