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El penúltimo raulista vivo

Los Juegos de Phelps

El primer artículo que escribí para Libertad Digital (15-9-2000) se tituló Los Juegos de Thorpe en honor al jovencísimo (17 años) torpedo australiano que, según los especialistas, estaba llamado a batir todos y cada uno de los registros olímpicos. En Sydney, su casa, Ian obtuvo tres medallas de oro (400 libre, 4x100 libre y 4x200 libre) y dos de plata (200 libre y 4x100 estilos). Aquellos fueron, efectivamente, sus Juegos aunque el record quedara lejos del logrado por el estadounidense Mark Spitz (siete oros) en Múnich-72. Era hasta cierto punto lógico que los mejores nadadores del planeta tuvieran entre ceja a ceja al chico de Modesto cuya personalidad tiene, según aquellos que le conocen, poco que ver con el nombre de la localidad californiana en la que nació hace 62 años. El número mágico de siete oros en unos Juegos y las once medallas totales obtenidas si sumamos las cuatro que logró en México-68 le convertían en una leyenda que Thorpe rozó pero no pudo superar.

A Spitz le conocían como el Tiburón, a Thorpe le llamaban el Torpedo y a Michael Phelps le bautizaron el Tiburón, cuestión ésta que habla francamente mal de la originalidad de los colegas de la prensa especializada en el mundo de la natación cuando de buscarle apodo a las estrellas se trata. Phelps, claro, también tenía la obsesión de Spitz y, aunque no pudo curarla en Atenas 2004 (6 oros) sí la culminó sin embargo en Pekín 2008 (8 oros). Sirva el dato de que Michael tiene en la actualidad 27 años mientras que Spitz se retiró a los 22 y Thorpe, por puro aburrimiento, a los 24. Evidentemente el problema no es tanto la edad (Ryan Lochte también tiene 27) sino la motivación: la de Lochte, a quien todo el mundo descubre ahora pero que ya había ganado seis medallas olímpicas antes de Londres 2012 y otras diecinueve en Mundiales, era Phelps, y la de Phelps, y también la de Thorpe por supuesto, había sido Spitz pero ahora era... Larisa Latynina.

Huérfana desde los once años, víctima de Hitler, primero, y de Stalin, después, la bailarina Latynina llegó a ganar cinco medallas de oro en los Mundiales de Moscú-58 embarazada de cinco meses, un oro por cada mes de gestación; y, entre Melbourne-56 y Tokio-64, dieciocho medallas en gimnasia, que era su especialidad. No es que la historia de Latynina dé para un artículo, no, es que da para una biografía completa y una película de Spielberg. Phelps (y Spitz y Thorpe) es un campeón forjado en el entrenamiento y la adoración que la sociedad actual tiene por sus deportistas, Latynina fue una campeona forjada en el entrenamiento, por supuesto, y por el sufrimiento personal, que curte más que la última tecnología de Adidas o Nike. De forma que, al colgarse del cuello un total de diecinueve medallas olímpicas, Phelps ve cumplido su objetivo de superar a un Torpedo primero, un Tiburón después y por último una pequeña y bellísima bailarina. Indiscutiblemente estos son sus Juegos. Sus últimos Juegos. Michael es ahora la obsesión de un chaval que probablemente se esté desayunando en este momento tres sandwiches de huevo frito, queso, lechuga, tomate, cebolla frita y mayonesa, dos tazas de café, una tortilla de cinco huevos, un tazón de sémola y puré de maíz, tres rebanadas de pan cubierto de azúcar y tres trozos de pastel de chocolate. Y vuelta a empezar.

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