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El penúltimo raulista vivo

Lo que Griezmann le hizo al Atleti

Antoine Griezmann celebra un gol con el Atlético de Madrid. | <span>EFE</span>

Muchas veces repetimos eso de que el fútbol no tiene memoria como si fuera algo bueno que así fuera, como si resultara positivo que la gente olvidara cuanto antes el pasado y lo pasado y lo vivido y lo sufrido y lo gozado. Sin embargo, yo podría poner aquí un montón de ejemplos de todo lo contrario, de que una de las esencias del fútbol es justamente la de preservar con cariño lo vivido. Hace poco, en las afueras del Etihad Stadium, se levantó una estatua en honor del grancanario David Silva, que jugó en el City. Bill Shankly tiene otra famosísima en Anfield hecha en bronce, con los brazos abiertos y los puños cerrados. Pero no se trata sólo de estatuas, no, el fútbol tiene tanta memoria que, por ejemplo en España, los estadios de los equipos llevan los nombres de aquellas personas, casi siempre directivos, que fueron importantes: Santiago Bernabéu da nombre al estadio del Real Madrid y Vicente Calderón se lo dio hasta hace poco al antiguo campo del Atleti. En Valdebebas se encuentra el estadio Alfredo di Stéfano, el campo del Sevilla se llama Ramón Sánchez Pizjuán, hasta hace poco se llamó Ramón de Carranza el del Cádiz... En Móstoles hay una calle Iker Casillas, en Fuengirola una calle Juanito, en Fuentealbilla otra con el nombre de Andrés Iniesta, en Madrid le pusieron calle a Luis Aragonés, en Salamanca a Vicente del Bosque, en Barcelona a Joan Gamper, en Murcia a José Antonio Camacho... El fútbol no es en realidad tan olvidadizo ni tan desmemoriado como queremos hacer creer a los demás.

Puede que lo que queramos dar a entender cuando decimos que el fútbol no tiene memoria es que no la tiene para los malos recuerdos, pero eso tampoco es verdad: a Figo le recibieron con pitos, cochinillo y botellas de whisky porque la afición del Barça se sintió traicionada cuando el portugués fichó por el Real y a Luis Enrique le pasó lo mismo con la afición del Madrid por idéntico motivo; hasta hace nada a Sergio Ramos le recibían en Sevilla con insultos, ahora puede que ya no sea así porque no juega en un equipo español sino en uno francés. Y no está solo relacionado con la deslealtad o la traición, no, sino con el daño que una afición perciba que le pueda hacer tal o cual jugador: a Juanito le recibían fatal en Barcelona, a Stoichkov en Madrid... En fin, hay mil ejemplos. A lo mejor queremos decir que es este fútbol moderno nuestro, el de los emires y los clubes Estado, el que carece de memoria, pero eso tampoco es verdad: hace cuatro días, y cuando se rumoreaba que Cristiano podía fichar por el City, un seguidor del United quemó la camiseta con el número 7 que aún conservaba del delantero portugués. El resto de la historia ya la conocemos todos: tuvo que comprar otra camiseta deprisa y corriendo.

Cuando el Atleti se mudó del viejo Calderón al nuevo Metropolitano quiso rendir memoria a algunos de sus futbolistas históricos adornando los aledaños con un paseo de la fama futbolístico, una imitación en realidad del famosísimo paseo de las estrellas del cine sito en una de las aceras de Hollywood Boulevard. Los dueños del equipo colchonero quisieron hacer eso porque pensaron que era bueno tener memoria y porque ellos también la tenían y porque no se les había olvidado su traición, los aficionados colchoneros tomaron al asalto algunas placas concretas: la de Hugo, la del Kun, la de Courtois... Esas tres amanecían siempre especialmente sucias, orinadas con ganas, defecadas con mimo y con una especie de quirúrgica delectación. Los fluidos adornaban esas placas porque el fútbol tiene memoria, a veces reprobable como en el caso que nos ocupa. Me hace mucha gracia comprobar cómo el perioatletismo más oficialista, el más casposo y el peor, lleva unos días tratando de borrar de la memoria colchonera lo que le hizo al Atleti Antoine Griezmann. Resulta curioso, por patético, observar cómo están justificando una operación deportiva irreprochable pero que conlleva un movimiento esquizofrénico desde el punto de vista meramente emocional. Tratan de salvar a Griezmann porque pretenden rescatar a aquellos que lo han recuperado, o sea Simeone, Gil y Cerezo.

A Hugo, que llegó al Atleti procedente del San Diego Sockers de los Estados Unidos y que luego acabó en el Madrid, aún no le perdonan, pero Hugo no escenificó su adiós, no teatralizó su fuga, no hizo un vídeo para mofarse de la afición. Courtois no se fue al Madrid desde el Atleti sino que acabó en el Chelsea y al Kun, que se fue mal al City, sigue sin perdonársele que tuviera un amor platónico inalcanzable, el Madrid. Pero el grado de depravación de Griezmann alcanzó unos niveles de sibaratismo tales que dejan al peor Agüero en mantillas y a la altura del betún. Antoine, que es probablemente el deportista peor asesorado del mundo junto a Mirotic, enfadó a la afición de su futuro club e indignó a los aficionados del que todavía seguía siendo su equipo. Aquel pastiche documental producido por Piqué llamado de un modo tan rimbombante La decisión será recordado siempre, incluso por aquellos que dicen no tener memoria, como uno de los episodios más desleales e hirientes cometidos contra el Atlético de Madrid y sus aficionados.

Por eso hoy, cuando he leído el tuit del amanuense que tiene a su servicio Griezmann, no he podido por menos que echarme a reír: "Deseando volver a casa". ¿Volver a casa? Tu casa futbolística, Griezmann, como la de tantos y tantos futbolistas profesionales, es el dinero. El peor perioatletismo (porque en El Primer Palo tenemos el privilegio de contar con dos atléticos críticos y rigurosos como Javi Torres o José Miguélez, que no actúan como groupies, y en Fútbol EsRadio está Petón, que tampoco creo que sea dudoso al respecto) lo tiene en chino para borrar la memoria de toda una afición. Claro que el fútbol tiene memoria, por supuesto que la tiene. Y el periodismo también. Memoria de lo bueno, que es mucho, y de lo malo, que aunque poco duele.

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