Hoy se ha hecho pública de forma oficial (porque extraoficialmente se conocía desde hacía ya algunos días) la candidatura de Joan Laporta a la presidencia del Barcelona. Si a la politización del club catalán pudiéramos hacerle la prueba del Carbono 14 nos daría una fecha, la del 15 de junio de 2003, que fue precisamente cuando Laporta conquistó la presidencia del club después de haber sido durante muchísimo tiempo el azote de José Luis Núñez. Hasta entonces el Barcelona siempre había sido un club catalanista, como no podía ser de otro modo, pero con Joan Laporta se llegó al extremismo, y hoy amenaza con volver, y no a mí, no, sino a los propios barcelonistas. Desde ese punto de vista el barcelonismo tiene pocas salidas porque el otro candidato con más posibilidades, que es Víctor Font, parece que va también por ahí mientras que el candidato más "españolista", por decirlo de algún modo y si pudiéramos aplicarle ese término, sería Toni Freixa, que no cuenta con demasiadas posibilidades.
Además de su comparecencia y algunas entrevistas, Joan Laporta Estruch ha hecho también oficial su candidatura a través de su cuenta personal de Twitter, adornada por un lazo amarillo, cuestión ésta que me parece muy significativa de por dónde van a ir los tiros. El lazo amarillo se ha utilizado como símbolo reivindicativo de muchas cuestiones: en Alemania, por ejemplo, se emplea como muestra de apoyo a las fuerzas armadas; en China sirve para conmemorar el hundimiento del Dong Fang Zhi Xing el 1 de junio de 2015, en el que fallecieron 442 personas; en Estados Unidos el grupo Dawn y el cantante Tony Orlando sacaron a la calle una canción que se hizo muy popular y el lazo amarillo reivindicaría aparentemente la nostalgia por una persona querida que está ausente; y en España ha significado muchas cosas: la primera referencia que tenemos de una escarapela de color amarillo se remonta a 1704, cuando Antonio Fernández de Velasco y Tovar prohibió su uso partidista durante la Guerra de Sucesión, y después se ha empleado con motivo del Día Nacional de la Espina Bífida, con motivo del Día Internacional de la concienciación sobre los efectos del ruido y, por fin, para reivindicar la liberación de los políticos catalanes encarcelados tras su intentona de golpe de Estado. Seguro que, como a todos, a Laporta le interesan mucho los problemas derivados en los bebés con espina bífida, le importará mucho también que el ruido en nuestras calles sea menor pero si él tiene el lacito amarillo en su cuenta oficial de Twitter es porque piensa que los golpistas presos hicieron bien y, como ellos, sostiene que el Estado español es un represor. Hoy mismo, en una de las entrevistas que ha concedido, ha dicho que lo mejor para todos es que la selección española no juegue en el Camp Nou y que debe ir a lugares donde tenga más apoyo.
En 2003 no porque aún no se sabía y porque Laporta no era muy conocido, pero a nadie debe sorprenderle en 2020 si yo digo que Joan Laporta es un independentista de libro. El independentista normal es aquel que quiere la independencia a toda costa y sin importarle las consecuencias, el independentista de libro no, un independentista de libro es aquel que está al plato y a las tajadas, que es como el perro del hortelano, que va pero no va, que quiere pero no quiere, que exprime y sale corriendo, que chupa mientras critica la teta y, en el caso del candidato Laporta, que no quiere que la selección nacional juegue en Barcelona, donde según él no tiene muchos apoyos, pero sí quiere que el club por él presidido continúe en la Liga de la nación de la cual quiere marcharse. Si Joan Laporta fuera intelectualmente honrado, si el Laporta del lacito fuera honesto consigo mismo y con aquellos socios culés que tengan pensando votarle, llevaría en su programa electoral como uno de sus puntos fundamentales la salida inmediata del Barcelona de la Liga de ese Estado opresor conocido como Reino de España, pero no lo hará porque, como decía, es un independentista de manual, uno de esos que dicen mamo luego existo para seguir mamando. Pero el problema no es el mamón sino quien le consiente que siga chupando del frasco Carrasco.
Joan Laporta, que pasó inadvertido como concejal del Ayuntamiento, que se estrelló como diputado del Parlamento de Cataluña y que fundó un partido político, Democracia Catalana, cuyos mayores hitos han sido lograr un diputado en 2010 y un concejal en 2011, ambos ocupados por él mismo, quiere volver a su casa un poco después de Navidad, en concreto el 24 de enero, que es el día en el que están convocadas las elecciones. De Bartomeu, que ha estado 5 años en la presidencia, se dice que ha sido el peor presidente del Barcelona de la historia y, sin embargo, con él se ganaron tres Ligas, cuatro Copas, dos Supercopas, una Copa de Europa, una Supercopa y un Mundial, o sea una Liga menos, tres Copas más, una Supercopa menos, una Copa de Europa menos y el mismo número de Supercopas europeas y Mundiales que Laporta en 7 años. No parece una diferencia tan abismal, ¿no? Si, tal y como se asegura, el club está hoy, en noviembre de 2020 al borde del concurso de acreedores, es en gran medida porque Laporta dio, dio, dio y dio sin límite a los futbolistas. Hoy habla de vender. Seguro que la economía culé saldrá muy fortalecida con una Cataluña independiente, que es lo que propugna el candidato Laporta, jugando todos los años contra Lérida, Badalona, Hospitalet, Sabadell, Cerdanyola, Mollet, Igualada y Masnou. Desde hoy, y como madridista que soy, Joan Laporta es mi hombre. Sólo podría haber uno peor que Bartomeu y ese es él. Votadle y acabad de arruinaros, sis plau.