Dentro, Mourinho planteó un partido perfecto que sus jugadores supieron interpretar a la perfección. No es lo mismo, claro, que la sinfonía número 9 de Beethoven la interprete la Filarmónica de Berlín a que lo haga la orquesta de mi pueblo; la partitura es la misma para todos, pero la esencia de la composición que acabó de diseñar el genio allá por 1824 se encuentra verdaderamente escondida detrás de los signos musicales y necesita de otro genio (el director) que esté a su altura. Mourinho, decía, que es sin lugar a dudas el entrenador vivo más genial del mundo, diseñó un partido perfecto pero sus jugadores supieron interpretarlo a las mil maravillas y en el momento necesario, que era ayer. El baño táctico fue espectacular y el mejor Barcelona de todos los tiempos fue un muñeco de trapo (un muñeco, sí, y además de trapo) en manos de los Varane, Alonso, Cristiano y compañía. A nadie hubiera extrañado un 0-5 ó 0-6, pero los jugadores levantaron el pie del acelerador tras el tercero de la noche: el Barcelona no lo habría hecho.
Fuera, Mourinho volvió a dejarnos a todos con la boca abierta cuando en la sala de prensa compareció Iker Casillas. Recuerdo que, viendo el partido en Marca TV, le comenté a Víctor Fernández lo siguiente: "Me juego lo que sea a que hoy sale Karanka". Perdí la apuesta. Casillas, que evidentemente no estaba en condiciones de jugar, sí viajó sin embargo a Barcelona... ¿Por qué?... Algunos podrán decir que lo hizo para vivir de cerca con sus compañeros uno de los momentos álgidos de la temporada, pero yo digo que viajó porque Mourinho ya tenía en su cabecita que saliera precisamente él si el Madrid conseguía pasar a la final. De forma que tras la exhibición táctica llegó la exhibición mediática y Mou volvió a dejarnos a todos embobados. Iker, uno de los jugadores a quienes la opinión publicada ha querido enfrentar con Mourinho, el gran capitán que el portugués sentó en el banquillo por primera vez en diez años, hablando en nombre del club y dirigiéndose a los madridistas desde la sala de prensa del Camp Nou después de un 1-3. Perfecto.
Un par de cosas más. Vergüenza debería darle a algunos madridistas, los más acomplejados, por desear el mal de Mourinho, que al final será el mal del Real Madrid. Vergüenza. Cuando se vaya, que yo espero que sea en 2064, le echarán de menos. O a lo mejor ni siquiera eso. Mourinho ya le había dado la vuelta a la tostada y de hecho su éxito contribuyó a la fuga de Guardiola y posterior reclusión primero en Nueva York y desde junio en Munich, pero lo de anoche es la constatación de que este entrenador se gana el sueldo que le pagan y que para sí quisieran muchos su autogestión. Y la segunda: si yo fuera Florentino Pérez desde hoy mismo pediría que la final de la Copa del Rey, ya sea contra el Atlético de Madrid (ojalá) o contra el Sevilla, se dispute en el Camp Nou. Todos los días, a todas horas, todos los minutos, portavoces del club reclamándole a la federación en público la celebración de la final en la ciudad condal. Ese será, ya lo advierto, mi leit motiv desde ahora y hasta que Villar se pronuncie oficialmente. Y mañana hablaré de Cristiano. Y de Varane. Y también de Diego López. Todos ellos magníficos intérpretes de la partitura que diseñó el mejor entrenador vivo de fútbol del mundo. Vergüenza tendría que darles a algunos madridistas...