Al socaire de la triple corona, el Real Automóvil Club de Cataluña propuso el jueves, quién sabe si por iniciativa propia o por amable sugerencia ajena, la candidatura del Fútbol Club Barcelona para el premio Príncipe de Asturias de los Deportes correspondiente al año 2009. El jueves, con el golazo de cabeza de Messi aún caliente, se propuso al Barça, y el viernes ya estaba circulando por la calle la propuesta de candidatura. Debe haber alguien en la Fundación Príncipe de Asturias vívamente interesado en conseguir a través del deporte el impacto mediático que quizá no se obtenga, por poner sólo el caso más reciente, con Norman Foster, por mucho que el señor Foster sea probablemente el arquitecto vivo más importante del mundo. Ni la candidatura, que probablemente se lleve el viento, del Barça tiene demasiado sentido, ni tampoco lo tenía la de su entrenador, el venerado Guardiola.
El premio al Barça habría gozado de cierta unanimidad (la unanimidad total no existe en ningún caso) si se le hubiera concedido al club catalán en 1999, coincidiendo con su centenario, lo que ocurre es que, para evitar suspicacias y un impacto publicitario negativo, el Real Madrid, que al fin y al cabo es el club español con más títulos de Liga y de Europa y que fue designado por la FIFA como el mejor del siglo XX, debería haberlo recibido en 2002. El problema que yo veo en todo este circo mediático que se monta alrededor de las "propuestas de nominación" es que al final no obligan a nada ni a nadie y casi cualquiera puede proponer el nombre que le parezca más oportuno, cuestión esta que al final me inclina a pensar que lo único que se busca es que se hable de los premios. ¿Cómo lograrlo? ¿Con Guido Münch? ¿Con Edward Said?... Mucho mejor con el Fútbol Club Barcelona y con Pep Guardiola, ¿a que sí?
Pero la forma de prestigiar unos premios que se llaman ni más ni menos que Príncipe de Asturias no es convertirlos en una tómbola mediática sino concedérselos a quien realmente se los merezca sin punto de discusión posible. El Nobel de Literatura empezó así y hoy uno ya no sabe a qué carta quedarse porque un año se lo dan a un francés de orígen anglo-bretón nacido en las Islas Mauricio que de repente, coincidiendo con el premio, resulta que todo el mundo ha leído, y otro se lo entregan a un turco exiliado en Estados Unidos y amenazado de muerte por insultar la identidad de su país, pero nunca a don Mario Vargas Llosa, autor, entre otras muchas novelas, de La Ciudad y los Perros, La Casa Verde, Conversación en la Catedral, Pantaleón y las Visitadoras o La tía Julia y el Escribidor. Yo tengo en la cabeza 100 nombres de deportistas que se merecen ese premio, 100. 50 españoles y 50 de fuera de España. ¿Se irán al otro barrio sin haberlo recibido?