Dani Blanco escribía ayer en Libertad Digital acerca de la final de la Champions de 2012 entre el Bayern de Múnich y el Chelsea que, de forma y manera sorprendente, acabaría ganando el equipo inglés en la tanda de penaltis tras llegar al tiempo reglamentario ,y también después de una prórroga, con empate a uno en el marcador. Y, añadía Dani en Twitter lo siguiente: esa final la ganó "el menos esperado". La ganó, efectivamente, el menos esperado entre otras cosas porque el Chelsea tenía peor equipo que el Bayern, porque la final se disputó en Múnich y porque Thomas Müller adelantaba en el marcador a los locales y favoritos en todas las quinielas en el minuto 83 de partido, cuando agonizaba el partido. Luego, y a dos para el final, empataría Didier Drogba.
De aquella final se cumplieron ayer ocho años pero yo quería hablar hoy de otra, de la que ya han transcurrido veintidós, y que también ganó el que nadie esperaba que ganara. Bueno, con el Real Madrid, que es el equipo al que me refiero y que sólo tiene trece Copas de Europa en sus vitrinas, sucede que nunca, jamás, es el favorito cuando juega una final. No era favorito ante la Juve, tampoco ante el Valencia, no lo fue en sus dos finales contra el Atlético de Madrid ni en la que acabó goleando a la Juve y ni siquiera fue favorito ante el Liverpool el día de La Decimotercera, pero, aún así, las ganó todas. Sin embargo aquella finalísima de 1998 en Amsterdam, a la que el Madrid llegaba después de protagonizar una Liga lamentable, fue la más especial por diversas razones. Hay quien dice que La Décima cambió la historia moderna del Real Madrid y es cierto que la cambió, entre otras cosas porque el gol salvador de Ramos llegó en el minuto 93 y cuando el Atleti acariciaba el título, pero si de un campeonato se tratara y los madridistas tuviéramos que decidir... nos inclinaríamos por La Séptima.
La Séptima porque, como decía, el Real se arrastró por la Liga y nadie esperaba que hiciera una Copa de Europa tan redonda. La Séptima también porque la situación económica de aquel Real Madrid no era ni por asomo tan boyante como la del actual y, aún así, Lorenzo Sanz, que en paz descanse, fichó mucho y lo hizo muy bien. Y La Séptima sobre todo porque el Real Madrid llevaba treinta y dos años sin conquistar su competición fetiche, por la que era venerado en el mundo entero, y ya empezaban a hacerse chascarrillos sobre el blanco y negro. O sea, La Séptima por todo. Por cierto que eso, a lo de los chascarrillos me refiero, también resultó muy curioso porque, a pesar de su larga travesía por el desierto del Gobi, el equipo blanco seguía siendo el Rey indiscutible de Europa con seis títulos y, sin embargo, fundamentalmente en España porque fuera conservaba intacto su prestigio mundial, aficionados de equipos que ni habían olido ni olerán jamás en su vida la máxima competición continental, contribuían paradójicamente a la risa nacional con aquel club que sólo había ganado media docena. El dato es demoledor porque hoy, y si el Real Madrid no hubiera vuelto a ganar ninguna Copa de Europa después de la del año 1966, seguiría teniendo una más que el Barcelona.
Se decía que el Real Madrid únicamente había ganado Copas de Europa con Francisco Franco, como si el poder de Franco, que fue quien rescató varias veces al Barcelona de la quiebra económica, fuera omnímodo y alcanzara a las instituciones europeas, pero ganó la del 98 con José María Aznar y, luego, las de 2000, 2002, 2014, 2016, 2017 y, por ahora, 2018. Ahora ya no se dice lo del blanco y negro, ni siquiera lo de Franco, ahora se dice que el Real Madrid sólo gana Copas de Europa con el Partido Popular pero, cuando gane una con el PSOE, que lo hará, se dirá que no ha ganado ninguna con el Partido Comunista. Y, por nuestro bien, y no me refiero exclusivamente a los madridistas, espero que nunca tenga que decirse esto último porque si el PCE toma el mando... adiós Real Madrid y adiós España, adiós.
La final del 98 cambió de nuevo las cosas, recondujo el rumbo de un club que llevaba algún tiempo remoloneando en Europa, reordenó las coordenadas y, en parte, insufló el necesario aire ganador que se había perdido no se sabe bien por qué. Aquella final la ganó el Real Madrid, el equipo por el que nadie dabe un duro tampoco en España... salvo los madridistas, claro. Porque los madridistas sí saben, como creo que en el fondo intuyen también los antimadridistas aunque no quieran reconocerlo, que en una final, y de la Copa de Europa además, el Rey sigue siendo el Rey como pasa en The Cincinnati Kid. Al final de la magnífica película de Norman Jewison, Edward G. Robinson le dice eso precisamente a Steve Mc Queen: "Eres muy bueno, pero yo sigo siendo el Rey". El Rey de Europa, el de las trece, el de aquella Séptima que volvió a cambiarlo todo... otra vez.