Uno ya no sabe a qué carta quedarse con esta extraña relación entre Del Bosque y Diego Costa. Si fuera un analista perverso de la actualidad deportiva, que no lo soy, podría pensar que en la decisión del seleccionador nacional de fútbol pesa más ya a estas alturas la promesa que le hizo al jugador del Atlético de Madrid, el compromiso que adquirió con él, que el interés puramente futbolístico de España. Costa se ha convertido de repente en el ojito derecho de Del Bosque y resulta que la campeona del mundo no puede vivir sin él. Desde que se supo que Diego no estaba físicamente en condiciones, que fue cuando se retiró de Da Luz lesionado, Vicente ha cambiado de opinión varias veces: primero dijo que a Brasil no iría ningún jugador que no estuviera bien, después dijo que había excepciones y lo último que ha declarado es lo primero que dijo y que, viendo los antecedentes, probablemente no sea definitivo.
Ojalá Costa se recupere. Lo deseo fervientemente. Con o sin placenta de yegua. Creo que Diego se la jugó renunciando a Brasil y, tras una temporada excepcional, merece vestir la camiseta de nuestra selección. Otra cosa es que Del Bosque esté dispuesto a esperar a un novato y no a hacerle un hueco a Arbeloa. Yo me pongo en los zapatos de Costa y entiendo que el chico quiera forzar. Incluso entiendo que en la final de laChampions no le dijera a Simeone toda la verdad y nada más que la verdad. Pero también me pongo en los zapatos de Llorente o Negredo y no sé qué pensar. Comprendo a Costa, entendería que Llorente y Negredo considerasen desleal la actitud del seleccionador hacia ellos y a quien no comprendo ni por el forro es a Del Bosque.
Vicente del Bosque acaba de decir que los ojos de los jugadores no son los mismos que cuando empezaron. A mí me suena a excusa por lo que pudiera avecinarse. Puede que los ojos de los jugadores no sean los mismos porque ya lo han ganado todo pero es que los de Vicente tampoco lo son. En la previa del Mundial está haciendo cosas extrañísimas cuando siempre se ha caracterizado por ser un entrenador de perfil bajo y que pisa pocos callos. A Del Bosque siempre le ha ido bien molestando poco, sonriendo a todo el mundo y haciendo gala de unas normas muy personales con las que podías estar de acuerdo o no pero que solía llevar a rajatabla. Pero desde lo de Arbeloa no ha vuelto a ser el mismo, ha cambiado y sus ojos, que van a ser los de España en el Mundial, sufren de una grave miopía.