Dios guarde durante muchos años a Sergio Llull. Él sí que será un grandísimo capitán. Ahora está por delante en el escalafón Felipe Reyes, una versión moderna del inigualable Fernando Martín, pero cuando le llegue la ocasión será un grandísimo primer capitán, ya lo verán. Y no lo digo sólo por el partido de ayer ante el Maccabi sino por todos y cada uno de los partidos, también por aquellos que acabaron en derrota. O, por mejor decir, casi lo digo más por los partidos que el Real Madrid perdió que por los que ha ganado. Y me explico: me cuentan, me dicen, me chivan que cuando su equipo pierde un partido, cualquier partido, el más intrascedente de los partidos, el menos relevante, Sergio se marcha enfadadísimo a su casa y todos saben que en esas circunstancias es mejor no dirigirle la palabra si no quieres saltar por los aires.
Me gusta Llull porque encarna a la perfección el señorío del club blanco que siempre ha consistido en morir en el campo y no la filosofía barata que algunos poetastros nos quieren vender de tapadillo. Sé que la gran esperanza merengue es Mirotic, un superclase, que a Carroll no hace falta tocarle demasiado las palmas para que se incorpore a la fiesta y que a Rudy se le trajo aquí como jugador franquicia, la guinda de un pastel que huele francamente bien y que sabrá mejor, pero Sergio es diferente, Sergio es otra cosa, Sergio tiene un no sé qué que qué sé yo que le convierte en un jugador distinto, un jugador en el que se puede confiar... también en la derrota. Lo explicaré gráficamente: de haber sido futbolista Llull jugaría con Mourinho siempre y bajo cualquier circunstancia. Es fiable.
La mano de Llull está a punto de conducir al Real Madrid directamente a la Final Four, un exitazo. Hace mucho tiempo que no se gana la máxima competición continental, precisamente desde que se lograra vestir de blanco a aquella secuoya gigante de Kaunas llamada Arvydas Sabonis, aquel extraño tipo que colaba triples desde sus doscientos veintiún centímetros como quien hace punto de cruz. De la mano de Llull a La mano de Elías, la mítica cancha de baloncesto erigida en honor de Eliyahu Golomb, un líder paramilitar israelí. Allí se han jugado los partidos más impresionantes y se han vivido los mejores duelos entre Maccabi y Real, y allí, si no sucede nada raro, atará el Madrid de Laso su clasificación a la final de los cuatro equipos que se jugarán esta Copa de Europa. En la otra Final Four, la de la Champions, ya estaba por tercer año consecutivo el primer equipo de fútbol gracias, entre otras cosas, al carácter ganador que ha sabido recuperar Mou y que transpira por todos y cada uno de los poros de la piel de Sergio Llull, que será un grandísimo primer capitán.