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El penúltimo raulista vivo

La doble bendición de Carlitos Alcaraz

EFE

Os dirán que, con 21 años y muy pocos días —en concreto 35—, Carlos Alcaraz se ha convertido en el tenista más joven de toda la historia en conquistar tres torneos del Grand Slam en tres superficies distintas: hierba, tierra batida y pista dura. Más joven que Rafa Nadal, que los ganó con 22 años. Más joven que Mats Wilander, que los ganó con 23. Más que Jimbo Connors, que Federer, que Djokovic o Andre Agassi. El chico de El Palmar, en la provincia de Murcia, es el más joven de todos pero eso no es lo que más importa. Os dirán que desde 2002, el año capicúa en el que lo ganó Albert Costa, hasta la fecha, sólo en seis ocasiones no ganó Roland Garros un jugador español. Claro que esa estadística tiene truco, como cuando se dice que el fútbol español ha ganado veinte Copas de Europa, porque Costa lo ganó en 2002; Ferrero, el actual entrenador de Alcaraz, al año siguiente, en 2003, y luego Nadal lo ganó en catorce ocasiones, pero eso tampoco es lo más relevante. Hay dos cosas que importan, una que afecta a Carlos y otra que nos incumbe a todos. Iré primero con la que le afecta a él.

En lo tocante al deporte profesional de élite, en España tenemos la mala costumbre de compararlo y mezclarlo todo. Y era imposible que, en el inevitable momento de decadencia física del gran campeón que ha sido y es Nadal, no acabáramos comparando al siguiente con él. Lo habríamos hecho exactamente igual si su sucesor en el tiempo hubiera sido un jugador peor, pero resulta que Carlitos está a la altura de los mejores, a la de Santana, Orantes, Bruguera o el propio Ferrer. Ya veremos si incluso los aventaja también a ellos. De modo que a un crío que empezaba en el circuito profesional se le empezó a colocar el listón del mejor deportista español de la historia, que es como si a un chaval que empieza ahora a entrenar con una pértiga se le pone como ejemplo a Mondo Duplantis. Siempre que le han recordado la figura de Nadal, que va a ser presumiblemente inalcanzable para él, Alcaraz ha respondido con una sonrisa o lo ha hecho con un guiño. Se lo ha tomado a broma. Imagino que Carlos asume que no se puede ser más grande que el más grande y así se vive y se compite mejor. España no es un país afortunado en otras cuestiones, no hay más que echarle un vistazo al Palacio de la Moncloa, pero en el deporte nos sonríe la fortuna. Cuando parecía que Nadal era insustituible surge un sucesor digno de su categoría. Disfrutémoslo. Como Rafa, Carlos es una bendición de Dios.

Alcaraz derriba un muro y gana su primer Roland Garros

Eso en lo que afecta a Alcaraz. En lo tocante al resto o, por mejor decir, a en lo referente a los españoles que quieren a España: no sé cuántos títulos del Grand Slam habrá ganado Carlos cuando cuelgue la raqueta dentro de muchísimos años, ni idea. No sé si se habrá quedado cerca de Rafa o lo habrá superado, no lo sé. El Big Three no importa, importa (otra vez) la inmensa fortuna que hemos tenido todos con este chico, que es español de los pies a la cabeza, que se siente español y que, cuando suena el himno nacional de España en la pista central de Roland Garros, se emociona y dice que sí, que sí, que sí con la cabeza. Y nosotros decimos que sí con él. Este chico podría haber sido un independentista catalán. O de Bildu. O podría haber mascado chicle mientras sonaba nuestro himno nacional. Podría haberse hurgado la nariz, pero no lo ha hecho. Además de ser extraordinariamente bueno, siente España en lo más profundo de su corazón. Y, en momentos tan complicados como los actuales, a mí me parece que eso es una doble bendición.

Carlos Alcaraz, emocionado al escuchar el himno español

Como Rafa, Carlos es la mejor imagen de España fuera de nuestras fronteras. Representa lo mejor de nosotros mismos. Pero si le seguimos no es porque sea buenísimo y haga unas dejadas que nos hielan a todos el corazón, el primero a su entrenador. Le seguimos porque es normal y porque hace cosas normales. Le seguimos porque cuando acaba de jugar un partido no se esconde en un autobús con los cristales tintados, como ocurrió el otro día con la selección de fútbol en Badajoz. Yo sí me siento felizmente representado por Carlos Alcaraz y disfruto con que su sueño de crío se haya visto al fin cumplido. Cumplido con esfuerzo, con trabajo, con tesón y con sufrimiento. Porque es así como se cumplen los sueños. No se conoce hasta ahora el caso de nadie que haya sido un número uno mundial trabajando menos que el de enfrente, esto no es para vagos. De modo que… gracias Dios Mío por haberle regalado a España otro tenista excepcional y normal. Y ahora, querido Carlos Alcaraz, a por La Cuarta, que será la anterior a La Quinta, ya lo verás.

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