Seguro que Joan Laporta compartiría sin demasiados problemas de conciencia y sin hacer demasiadas preguntas la guasona definición de crisis, aunque aplicada al fútbol, que nos quiso colocar el otro día el presidente del Gobierno: "desaceleración transitoria ahora más intensa". Es más, me extraña un montón que el presidente de la República Independiente del Barça no haya utilizado ya la frasecita de marras de tan afamado culé: cuatro días, cuatro, tardó José Luis Rodríguez Zapatero en mandar un telegrama de felicitación al Real Madrid por su título de Liga; supongo que a eso podríamos llamarle perfectamente desaceleración transitoria ahora más intensa de Correos de España. Lo cierto es que ayer se produjo una fortísima desacaleración en el transcurso del entrenamiento del primer equipo puesto que ni Frank Rijkaard ni 16 de sus 24 jugadores asistieron al mismo.
No entra dentro de mis planes aburrirles aquí y ahora con la interminable lista de enfermedades, contusiones, dolores cervicales, varices, hinchazones de pies, inflamaciones o simples catarros con los que 16 profesionales del fútbol se quitaron ayer de en medio. Me sorprende, eso sí, que ninguno falsificara la firma de sus padres para borrarse de la clase de gimnasia. Abajo están desacelerados, pero en las gradas y, según nos contaba anoche Quique Guasch, también en las calles reina la ley de la selva. Los aficionados suelen acelerarse en idéntica proporción a la desaceleración que sufren los jugadores de su equipo. Si yo fuera Laporta iría con escolta por Canaletas. Si el domingo le recibieron con pancartas del estilo de "Laporta, vete de compras al Ikea. El Barça no es la República Independiente de tu casa", no quiero ni pensar qué podrían hacerle después de conocer el penoso espectáculo ofrecido ayer.
Para recuperar el pulso de un equipo descompuesto, alguien ha debido pensar que lo mejor sería colocar en el puesto a un hombre aparentemente tranquilo. Yo, qué quieren que les diga, sigo pensando que Pep Guardiola, como Emilio Butragueño, es un místico. No sé muy bien por qué pero a ambos suelo imaginármelos comiendo arroz hervido en cuencos de barro, con la cabeza rapada y repitiendo machaconamente un mantra para alejar a los malos espíritus. Guardiola, como el buitre, habla muy bien y muy bonito. Su ídolo es Johan Cruyff aunque a mí me parece que se acerca más a la versión valdanista de Menotti. Lo bueno de la elección, al contrario de lo que le sucedió al Real cuando escogió a Fabio Capello, es que el club apuesta por una idea muy definida del juego. Pero Rijkaard también tenía esa misma idea y la fiesta acabó como acabó. A mí Guardiola me sigue pareciendo poco pollo para tanto arroz. ¿Qué creo?... Creo que Laporta, que es un político, pretende acelerar su candidatura a la alcaldía de Barcelona desacelerando a Guardiola, el penúltimo romántico. Extraños compañeros de cama.