En el año 2009 Juan Antonio Roca, ex asesor de Urbanismo en el Ayuntamiento de Marbella y principal imputado por el caso Malaya, responsabilizó de todo a Jesús Gil, ex presidente del Atlético de Madrid, que llevaba muerto la friolera de 5 años. En 2016 varios ex consejeros de Caja Madrid nombrados tanto a propuesta del PP como del PSOE, le echaron la culpa de las tarjetas black a quien fuera secretario general de la entidad bancaria, Ángel Montero, que llevaba muerto desde hacía 16 años. Iba a decir que eso de echarle la culpa al muerto es muy español pero no, qué va, es algo universal. Un muerto bien muerto, no uno reciente que aún esté caliente sino uno que lleve criando malvas por lo menos un lustro, es la mejor percha para una buena defensa porque, y salvo que el muerto regrese, que eso está por ver, éste no se puede defender.
El caso de Josep María Bartomeu es distinto, es diferente. Es posible que Bartomeu sea el primer caso mundial conocido de un vivo (¡y ojalá que la salud respete durante mucho tiempo al ex presidente culé!) que lleva muerto institucionalmente desde el 28 de octubre de 2020, que fue el día que presentó su dimisión. En Traffic, una película de Steven Soderbergh que a mí me encanta, a Michael Douglas, que interpreta al juez Robert Wakefield, le nombran jefe de la Oficina del Presidente de la Política Nacional de Control de Drogas. Cuando Wakefield le pide un consejo a su predecesor, a quien interpreta James Brolin, éste le cuenta la siguiente anécdota: en la Rusia comunista eligen un nuevo jefe de la KGB y éste le pide un consejo a su antecesor en el cargo; y le dice, "le dejo dos sobres en el cajón. Cuando no aguante más las críticas, abra el primero de los sobres, y cuando vea que la situación es insostenible, abra el segundo". Y eso es lo que hace. Pasan los meses y al principio todo va bien pero, de repente, empiezan a criticarlo; cuando las críticas arrecian, el jefe de la KGB abre el primer sobre y en él hay un papel en el que está escrito lo siguiente: ‘Écheme a mí la culpa de todo’. Y eso es lo que hace, le echa a su antecesor la culpa de todo. Y eso funciona durante un tiempo pero, de repente, las críticas vuelven a aparecer con fuerza. Y cuando ya no puede más, abre el segundo sobre y en él aparece escrito lo siguiente: "Vaya usted escribiendo dos cartas y métalas en dos sobres".
Con Bartomeu pasa lo mismo. Vivo pero muerto institucionalmente, el barcelonismo ilustrado empieza a utilizarle como nueva estrategia de defensa ante la bancarrota que vive el club. Ya no es sólo que la continuidad de Messi sea una cuestión de Estado, no. Ni siquiera que haya que convencer a la Liga para que se rectifique a sí misma y haga una excepción con el Barcelona, no. El asunto es que el barcelonismo no tiene la culpa de la mala gestión de Bartomeu, no es culpable de lo que hiciera o dejara de hacer el ex presidente del club. Y lo que yo digo es que eso no es cierto, es una falacia como un castillo de grande. Los socios del Barcelona no son culpables pero sí son responsables de la situación por la que atraviesa su club. Son responsables porque en las elecciones de 2015, y avalado por el triplete, Bartoméu arrasó en aquella cita electoral al conseguir sumar 25.823 votos, lo que supuso por aquel entonces el 54,63% de todo el apoyo popular de aquel día. Cómo sería la cosa para que Ramón Besa, periodista de El País y especialista en el Barça, titulara así su crónica de aquel día: ‘Avalado por el triplete, que ha disimulado las contradicciones de su gestión, el nuevo presidente derrota contundentemente a Laporta’. ¿Y a qué contradicciones se refería Besa? Pues fundamentalmente a la judicialización del club y al escándalo Neymar porque cuando el brasileño llega al club catalán, allá por 2013, Bartomeu es vicepresidente deportivo y le pone su firma a ese contrato del brasileño, que si no acabó fichando por el Madrid fue sencillamente porque Florentino no pudo darle lo que sí le dio el club catalán. A día de hoy aún no tengo claro cuánto costó Neymar, de cuyo contrato se llegaron a ofrecer hasta 9 cantidades distintas. Pero al socio no le importó, Rosell arrasó y luego volvió a arrasar Bartomeu porque lo único que importaba era que entrara la pelotita.
El socio culé no es culpable pero sí es responsable porque miró hacia otro lado. De tanto hacerse los suecos, a los socios del Barça a punto estuvieron de elegirlos hijos adoptivos de Uppsala y entregarles las llaves de Gotemburgo. Hubo un socio que se quejó, sólo uno, y cuya denuncia levantó la alfombra de lo que luego acabaría con la condena por fraude fiscal del Fútbol Club Barcelona. A aquel socio que denunció el sobrecoste del fichaje de Neymar, el señor Jordi Cases, le hicieron la vida imposible y, al final, el pobrecillo tuvo que retirar la denuncia allá por 2014. Mientras Bartomeu fue útil, mientras Messi la metía, Suárez la enchufaba y Neymar regateaba, todo fueron sonrisas. Hay quien, como mi amigo Jota Jordi, llegó incluso a tatuarse el sextete. Todo daba igual y ahora los laportistas le echan la culpa al muerto cuando resulta que fue el propio Laporta quien colocó la primera piedra de este psiquiátrico. Porque eso es el Barcelona hoy, un psiquiátrico en el que se deben 1.200 millones, se le quieren pagar 75 a un jugador, se han fichado otros cuatro futbolistas, el entorno del presidente filtra que aún falta un delantero top y el periobarcelonismo exige que la Liga haga la vista gorda con el Barcelona mientras que el Levante, que me parece que también es socio de la Liga, tiene problemas para inscribir a Morales, Postigo, Cárdenas y Soldado debido al límite salarial. Al final la culpa la tendrá España. O Madrid. O, mucho mejor aún, la culpa la tendrá Ayuso. O, mejor aún que Ayuso, la culpa la tendrá Abascal, la culpa será de VOX. Ya está, la culpa de que el Barcelona deba hasta de callarse y no haya podido inscribir a Messi, que quiere seguir cobrando lo mismo, es de VOX. Solucionado. Listo. Ya tenemos construido el nuevo relato... hasta el próximo sextete.