A Björn Borg, que a mí siempre me pareció imbatible, están empeñados en hacerle trizas tanto Rafa Nadal en Roland Garros como Roger Federer en Wimbledon. El sueco, eso sí, conserva intactos dos honores que al parecer no podrán arrebatarle ni el español ni el suizo: el primero, real y comprobable, es que el tenis de Borg se adaptó tan bien a la hierba del torneo londinense como a la tierra batida del parisino; Nadal y Federer son dos grandísimos tenistas, pero el primero "sólo" ha ganado en dos ocasiones en Wimbledon mientras que el segundo "sólo" lo ha hecho una vez en Roland Garros; el segundo honor que mantiene Borg es especulativo pero divertido y consiste en que nos preguntemos en voz alta hasta dónde habría podido llegar el sueco de no haberse retirado a los 28 años; Federer está a punto de cumplir los 31 y hace un mes que Rafa apagó las 26 velitas.
De cualquier forma, hace tiempo que Roger Federer, que de vez en cuando también se cruza con su amigo Nadal, compite con la sombra de tenistas retirados o sencillamente muertos y cristianamente enterrados. En Wimbledon, que parece su jardincito, luchaba por igualar en victorias a uno de los jugadores más grandes que he tenido el placer de ver sobre una pista: Pete Sampras; desde ayer, Federer sólo compite con Federer, y que a nadie le quepa la menor duda de que su próximo objetivo, que además ya tiene al alcance de la mano, va a consistir en coronarse como el tenista que más veces ha ganado en Wimbledon. He leído que Roger ha dicho que jamás dejó de creer en su tenis y ese factor es el que le diferencia de cualquier otro jugador y especialmente del mítico Borg, que, probablemente aburrido de ganar, sí dejó de confiar en su juego y en él mismo.
Es muy difícil seguir compitiendo al máximo nivel mundial con 31 años en un deporte en el que sabes que ya eres el mejor, y hacerlo además con la vida absolutamente resulta tanto para ti como para tus próximas diez generaciones (salvo que te cruces con algún manirroto, que a la vista está que a veces es posible) cuando además eres consciente de que la gente desconfía y que te ve más jugando partidos de exhibición contra Nastase y Mc Enroe en torneos de veteranos y firmando autógrafos a chavales que empiezan a tratarte de "usted" que haciéndolo contra los jovencitos Djokovic o Murray. Lo que convierte a Roger Federer en el mejor tenista de todos los tiempos no es su tenis, que es simplemente prodigioso, sino su ambición y la habilidad que ha tenido para lograr que, parafraseando a Montesquieu, ésta no lo devore. Federer acaba de salir de un túnel muy oscuro y vuelve a ver la luz; ahora es nuevamente temible.