El otro día hicieron una encuesta por las calles de Buenos Aires preguntando por el nombramiento de Diego Armando Maradona como nuevo seleccionador argentino de fútbol. El problema con los argentinos es que les preguntas cómo están y van y te lo cuentan; quiero decir con esto que todos los argentinos se expresan muy bien y a la vuelta de cualquier esquina te puedes encontrar con un chavalín de quince años que te recite de memoria a Oliverio Girondo, por poner un caso. A lo que íbamos: estaban preguntando por Maradona en Buenos Aires y me quedé con la copla de un viejo aficionado que dijo lo siguiente: "Lo que tendría que hacer Maradona es vivir tranquilo y no meterse en este lío". La verdad es que nunca se me habría ocurrido pensar en la selección argentina como un lío. Cavilando, llegué a la conclusión de que Maradona es un lío dentro de otro lío mayor, un hombre con problemas que va a intentar arreglar los problemas de la Argentina futbolística.
Supongo que Grondona, que está de vuelta de todo y que le aprecia en el fondo, habrá creído conveniente utilizar a la selección nacional como cura improvisada para el pobre Maradona, que anda más perdido que un pulpo de Boca en el garaje del príncipe Francescoli. A Grondona ya le importa todo tres pimientos y como sabe que ya no podrá presidir nunca la FIFA, que era en realidad su sueño, querrá tratar de emplear Argentina como terapia para uno de sus héroes, quizás el más reconocido y destacado del momento actual. No me malinterpreten: yo admiré profundamente al Maradona futbolista y me parecía que sus gansadas dentro del terreno de juego iban acordes con el marketing del personaje, algo así como la quincalla que acompaña a los muñecos del pressing catch. Porque Diego era y es un personaje, no lo olvidemos. No vi jugar a Di Stéfano, recuerdo vagamente a Pelé y sí tengo frescas en la memoria las diabluras de Cruyff. Dejando a un lado a la saeta, yo creo que el pelusa era superior al brasileño y al holandés.