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El penúltimo raulista vivo

Jugando al golf con sol

Si hay algo en lo que coinciden los más grandes deportistas que en España han sido es justamente en el rechazo total y absoluto de la imposibilidad como concepto. Cuando Angel Nieto se subió por primera vez a una moto era imposible que un español soñara siquiera con ganar un Mundial, pero el zamorano acabó imponiéndose en doce más uno. Cuando Manuel Santana agarró por primera vez una raqueta y entró por primera vez en una pista era absolutamente imposible que un español venciera en un torneo del Grand Slam, y sin embargo Manolo conquistó cuatro. Ellos eran unos privilegiados atletas con unas condiciones innatas, sí, por supuesto, pero a esa condición suya de deportistas de élite añadían otra más: la de aventureros, siempre abriendo nuevas vías, como Ernest Shackleton, el famoso explorador británico que, con objeto de reclutar tripulantes para su expedición al Polo Sur, publicó el siguiente anuncio: "Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de oscuridad completa. Peligro constante. No es seguro volver con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito".

Severiano Ballesteros es, junto a Nieto, Santana y, mucho más recientemente, Fernando Alonso, uno de los cuatro o cinco deportistas-aventureros españoles que un día se impusieron a sí mismos hacer posible lo imposible porque sí, porque ellos lo querían así, porque lo necesitaban. Y cambiando su destino cambiaron también el nuestro. Hay un viejo adagio inglés que asegura que al golf se puede jugar hasta con sol. En las Islas supieron apreciar como es debido el hecho de que aquel chaval de Cantabria, el hijo del jardinero del campo de Pedreña, supiera jugar tan maravillosamente bien al golf incluso con sol; o sea: con lluvia, frío y viento racheado. Nada más conocer que Seve se desvaneció el otro día debido a que sufre un tumor cerebral, Inglaterra y Escocia empezaron a recordar al unísono los formidables golpes que aquel chico hacía con un palo en las manos; por ejemplo, aquel tiro desde el parking del hoyo 16 en el Royal Lytham & St. Annes que levantó gritos de admiración entre los asistentes.

Se me olvidaba: hay otra cosa más que conecta entre sí a estos exploradores del deporte y que, cambiando sus vidas, cambió también indudablemente las de aquellos que seguíamos sus gestas a distancia. El señor Severiano Ballesteros nos hizo sentirnos profundamente orgullosos de ser españoles, y esa, hoy en día, con los chuzos de punta que nos están cayendo encima, no esa cosa que se pueda despreciar. Todos ganamos el primer British con él, todos nos ilusionamos viéndolo pasar entre la turba de expertísimos aficionados ingleses que le rodeaban, le querían tocar, le hacían el pasillo entre gestos de admiración y reverencia; no es casualidad que haya ahora al menos 50 niños en Inglaterra que respondan todos al nombre de Severiano. Y por eso, porque en el pasado vibramos con él, en el presente sufrimos también con él, compungidos por la mala noticia de su repentina enfermedad. De la que, por cierto, no tengo dudas de que saldrá con éxito para así poder volver a jugar al golf incluso con sol.

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