Si hay alguien que se maneja bien en ese tobogán perpetuo de incertidumbres que es el Real Madrid, que un día es el mejor y al siguiente, y sin solución de continuidad, es el peor de la historia, ese es Zinedine Zidane. Cuando Zidane llegó al Real Madrid quien más y quien menos esperaba atento a saber cómo reaccionaría el francés cuando le fueran mal dadas, lo que pasa es que, al menos en su primera etapa, casi nunca le fueron mal dadas: tres Copas de Europa seguidas y una racha increíble que nos hizo preguntarnos en voz alta si este equipo era comparable a aquel otro que liderara Di Stéfano. Y, de un modo sorprendente, Zidane no esperó hasta tener que arrugar el entrecejo por los malos resultados para tomar una decisión drástica que, precisamente por lo inesperado de la misma, desestabilizó al club; el francés se fue y el Madrid tuvo que buscar deprisa y corriendo un sustituto que creyó encontrar en la persona de Julen Lopetegui. No fue así, cayó Julen, le sustituyó Solari, cayó Santi y, de un modo tan sorprendente como al irse, Zidane volvió. Y pareció que Zizou había perdido la magia, eso que se conoce vulgarmente como la flor, porque el equipo jugó con él incluso peor al fútbol que con sus dos antecesores en el cargo.
Al arrancar la actual temporada hubo decepción porque se prometió una revolución que, al final, quedó como mucho en algarada callejera. Estaban los mismos, los Ramos, Marcelo, Kroos, Benzema... En su adiós Zidane transmitió la idea de que él ya no era capaz de exprimirle más el jugo a aquellos futbolistas, pero, paradójicamente, volvió aceptando dirigir más o menos al mismo vestuario y volvió a descansar la responsabilidad del funcionamiento del equipo en los más veteranos, todo un clásico de este entrenador. Pero el Madrid empezó jugando regular y lanzando mensajes poco optimistas incluso para el más optimista de los seguidores merengues. Sí hubo un movimiento estratégico de Zidane en el que ahora, viendo cómo vuela el Real Madrid, nos fijamos más: prescindió de Pintus y se trajo al preparador físico de la selección francesa, Grégory Dupont. A Pintus no le echó porque estuviera insatisfecho de su trabajo en la anterior etapa sino, justamente, por haber permanecido en el club cuando él se fue, pero el caso es que, por lo que fuera, la tecla que tocó Zidane fue la correcta. Dupont fue muy criticado al principio pero hoy todo el mundo se rinde a su trabajo y a su planificación.
Hay luces, muchas, en esta incipiente segunda etapa de Zidane en el banquillo madridista. Está la luz de Courtois, por el que apostó en detrimento de Keylor y a quien se sometió a un injustísimo juicio sumarísimo del que, afortunadamente para él, ha salido ileso el belga. Está la luz de Benzema, que ha despuntado clarísimamente como el líder goleador. Y, por encima de todas ellas, brilla con especial intensidad la luz de Isco, apagadísimo hasta hace tres cuartos de hora y a quien se quiso traspasar este verano. Y están las sombras de Mariano, a quien un niño no podría reconocer en los cromos debido al tiempo que hace que no juega, Brahim, con quien tampoco cuenta, James, inédito hasta la fecha, o Jovic, infrautilizado a pesar de que fue él quien dio el plácet para su contratación. Los ataques de entrenador suelen ser generalmente bien recibidos siempre y cuando haya resultados, y ahora los está habiendo. También está la sombra que atenaza históricamente al club blanco, que además de jugar bien (o incluso por encima de jugar bien) necesita ganar títulos. El Real Madrid, en realidad, no ha hecho nada aún. Colidera la Liga, sí, pero lo hace junto al Barcelona más mediocre de los últimos cinco años. Está en octavos de final de la Champions, sí, pero se clasificó como segundo de Grupo y a finales de febrero deberá vérselas con el City de Guardiola, que se la juega. Y ayer le dio un baño al Valencia en las semifinales de la Supercopa de España y está clasificado para la final del domingo, sí, de acuerdo, pero la Supercopa de España es un título de chicle para el Madrid.
En medio del tobogán sólo hay algo estable y es el gesto de Zidane que, salvo contadísimas ocasiones, se lo toma todo como si se tratara de un juego, de la rayuela o de las canicas. Y es un juego, claro que es un juego, por supuesto que es un juego, pero es un juego que mueve miles de millones de euros. Al Real Madrid hay que pedirle más y a Isco, que es la luz especial de Zidane, hay que exigirle también que brille menos intermitentemente. Zidane habría sido un magnífico jugador de póker porque todo parece interesarle muy poco, hasta el full, de ahí precisamente que sea también un buen candidato para ocupar ese potro de torturas denominado banquillo del Real Madrid. Y ojalá que la luz que arroja ahora el equipo en enero se vea refrendada, si no aumentada incluso, allá por el mes de mayo, o sea el mes de las flores, o sea el mes de Zidane. Ojalá.