Atiborrados y empachados de éxito, muchos madridistas han acabado por transformarse en auténticos adictos a los finales felices del tipo de "chico conoce a chica, se casan, tienen hijos, van a Harvard o Yale, uno acaba siendo Nobel de Literatura, otra primera ministra y el pequeñín triunfa en la NBA". Así, convertidos en consumistas del triunfo rápido, les da lo mismo la calidad que tenga la carne de la hamburguesa que van a engullir con tal de que llegue a la mesa bien picada y se la sirvan en los próximos cinco minutos. Los héroes son héroes un lunes y al domingo siguiente son auténticos diablos. Uno se levanta santo el domingo y el miércoles se acuesta lapidado. No hay tiempo que perder y yo no creo que fuera eso lo que buscaba Santiago Bernabéu cuando decidió darle un nuevo impulso al club. El Real Madrid iba a ser distinto al resto, un ejemplo a seguir en el que importaría tanto la cantidad como la calidad. Algo hizo "¡clic!" cuando murió Bernabéu y después de él llegó el apagón.
Hoy, 1 de noviembre, tradicional festividad de todos los santos, cada día que pasa más acorralados por el truco y el trato americanos, el madridismo tiene un nuevo mártir al que poner velas y elevar suplicas. San Gonzalo Gerardo Higuaín ocupa el sitio que fueron dejando vacante otros santos antes que él. Conocedor de la situación, el periodismo deportivo juega a favor de la obra que iniciaron otros y convierte al delantero argentino en lo que sea menester: enésimo salvador de la patria, supermán que tira del carro, Hércules de Brest, el nuevo forzudo de la feria. Él aún no lo sabe, o quizás sí, pero si este próximo martes se le ocurre fallar un gol cantado contra el Milan pasará de ser Gonzalo mártir y ocupar un sitio privilegiado en el santoral a convertirse otra vez en Igualín. Así se le conocía cuando llegó al Madrid de la mano de Mijatovic: "este es Igualín que Ronaldo".
Empachados de éxito, muchos madridistas, no todos desde luego, emplean consciente o inconscientemente a Higuaín, el nuevo santo, el nuevo mártir, el nuevo Sansón, como ariete que eche abajo al futbolista que más veces ha vestido esa camiseta. Desde luego que el chico no está en esa historia sino en otra muy distinta, la de hacerse un hueco en el once titular del mejor y más exigente club de fútbol del siglo XX, pero a uno, que ha visto cómo se pitaba en ese estadio a Stielike, Míchel, Butragueño o Santillana, le resulta especialmente doloroso que Raúl, que sí encarna lo que Santiago Bernabéu quería para este equipo, tenga que asistir en silencio a un debate tan demagógico y estéril como gratuitamente dañino. Claro que no da lo mismo el fast food que un buen filete sangrante de solomillo de buey. Los grandes clubes se construyen con los pequeños detalles. Esto no tendría demasiado sentido si al final lo único que importara es que entrara la pelotita entre los tres palitos. ¿En qué sería entonces distinto el Real Madrid y qué diferenciaría a los madridistas del resto?