Si a mí me cae tan bien el Atlético de Madrid es en gran medida, además de porque se trata de uno de los equipos de mi pueblo y porque tengo buenos y sentidos amigos colchoneros, por "culpa" del señor José Eulogio Gárate Ormaechea, nacido circunstancialmente en Sarandí, Argentina, y posteriormente criado en Éibar. La verdad es que no recuerdo mucho de su fútbol pero, por lo que me cuentan quienes le vieron en acción, a Gárate podría aplicársele perfectamente aquello que una vez dijo Bill Shankly, experto en frases cortas, acerca de Dennis Law, goleador que explotó allá por los años 60 y que, junto a Charlton y Best, formaría parte de la mítica delantera que acabó siendo conocida por todos los aficionados como la Santísima Trinidad del Manchester United; en fin, al grano: Shankly dijo de Law que era capaz de bailar sobre la cáscara de un huevo, así de fino era el jugador escocés y así de elegante era Gárate jugando al fútbol y así de elegante continúa siendo Gárate en la vida.
No entiendo, ahora que a los clubes de fútbol españoles parece haberles entrado la fiebre por el nombramiento de presidentes de honor, a qué narices espera Enrique Cerezo para elegir rápidamente a este caballero como presidente de honor del Atlético de Madrid. No sé si él aceptaría el ofrecimiento porque la verdad es que la historia ha cambiado mucho, y yo creo que para mal, desde que él jugaba, pero lo que tengo muy claro es que su simple presencia en el palco del estadio Vicente Calderón daría una pátina de seriedad y equilibrio a un Atleti que, por los distintos motivos que todos conocemos y que hoy, precisamente hoy, no vienen demasiado al caso, anda bastante necesitado en ese aspecto. Me cae tan bien el Atlético de Madrid por culpa precisamente de Gárate, que tenía un pie de seda oriental de esa que se fue a buscar tan lejos en sus viajes Marco Polo y que cuando le pegaban duro se levantaba sin hacer ni un aspaviento y seguía jugando como si nada hubiera pasado.
Ojalá que hoy el Atlético de Madrid gane la European League, o sea la Copa de la UEFA de toda la vida. Por los jugadores que contribuyeron a su grandeza tanto dentro como fuera del campo; ojo, también fuera, que a veces es más difícil que lograrlo dentro. Por supuesto que me alegraré por Gárate si la Copa viene a Madrid, pero también lo celebraré por el señor Vicente Calderón, que Dios tenga en su gloria, por Pereira, que aunque lleva más de treinta años entre nosotros continúa sin embargo farfullando el español pero que sigue siendo un crack, por Capón, por Heredia, por Calleja, otro señorazo, por Adelardo, por el recuerdo que conservo de lo bueno y rápido que era Ayala, el ratón argentino, y también por los grandes momentos que me hizo pasar Rubio, un poquito piscinero pero genial al fin y al cabo. Me alegraré por todos ellos y, en primer lugar, sacaré de la nevera aquella botella de champagne que tenía reservada para Abel y alzaré al fin (se me estaba quedando seco el gaznate) mi copa por esa afición inasequible al desaliento, fiel e impermeable al disgusto, orgullosa y rocosa, una afición de talla XXL en consonancia a la grandeza real y palpable, nada metafísica, de su Atleti, hoy mi Atleti, el del señor José Eulogio Gárate, ese 9 elegante y cabal que también era capaz de bailar sobre la cáscara de un huevo como aquel escocés.