La prensa deportiva española continúa empeñada tozudamente en tratar a Mourinho, que tiene más conchas que un galápago, como si fuera un teenager agobiado por el acné, cliente fijo del Clearasil y con las paredes de la habitación empapeladas con posters de Bella, la heroína de la serie Crepúsculo, uno de esos jovenzuelos descarriados de Hermano Mayor, el reality de Cuatro en el que el ex waterpolista Pedro Aguado intenta convencer con mucha paciencia y varias dosis de psicología inversa a chicos con problemas de que no arranquen de cuajo las puertas, se destrocen la ropa a dentelladas o coaccionen con violencia a sus progenitores. Es precisamente ese comportamiento paternalista, el "no vas por buen camino José, ven con nosotros en pos de la luz", el que yo creo que más profundamente aburre al actual entrenador del Real Madrid. Y a mí, todo sea dicho de paso.
Tengo para mí que la tragicómica espantá de ayer, ese plante que ni es plante ni es nada, el arranque repentino de dignidad ante un hecho que carece absolutamente de importancia, ese acceso solidario cuando la periodística es la profesión menos solidaria que existe, no empeorará más las cosas porque, en el fondo, me parece que Mourinho no nos tiene sencillamente en cuenta, así de triste y así de claro. Y porque, no nos engañemos, las empresas informativas tienen bastante más que perder que el Real Madrid Club de Fútbol o su entrenador. Los colegas que dejaron con la palabra en la boca a Karanka, que no fueron todos, tuvieron otras ocasiones pintiparadas para pegar un portazo y apelar a la dignidad. No lo dieron cuando un director general culé nos llamó chorizos a los españoles. Tampoco cuando Oleguer comparó un atentado trerrorista con un salto de altura. Está claro que tenemos puntos de vista divergentes.
Bien llevado, Mourinho podría ser el bálsamo de Fierabrás para los colegas de la prensa, una auténtica máquina de dar titulares; mal llevado, el portugués puede convertirse (va a convertirse de hecho si no cambian mucho las cosas) en el hueso de aceituna en la garganta, la chinita en el zapato, la mosca cojonera dando mil y una vueltas alrededor de la sala de prensa. Porque Mourinho tiene de Justin Bieber lo que Tomás Roncero de John Updike, las ha visto de cien colores distintos y lleva peleándose la última década con los caimanes de los tabloides ingleses y con los sensacionalistas de Italia. Arbeloa, un tío de lo más normal, ya dijo ayer en su twitter que se alegraba un montón de que su club no aceptara chantajes. Mourinho ya tiene ejército.