Hace ahora un año que viví, que vivimos, la más placentera sensación que uno puede esperar del mundo del deporte: ni más ni menos que un Mundial de fútbol, algo impensable, algo inalcanzable. Por supuesto que vuelvo a felicitar, como hice por aquel entonces, a todos y cada uno de los componentes de aquella magnífica selección, que actualmente sigue siendo en esencia casi la misma, independientemente del club al que pertenecieran; me hicieron sufrir, me hicieron llorar de alegría, me convirtieron en suma en un español feliz. El gol de Iniesta, la acción más importante de la historia de nuestro deporte, fue la guinda a un campeonato que premió al mejor y que obligó a una selección como Holanda a jugar al full contact. Lo mejor de todo es que España está en disposición de ganar la Eurocopa de 2012 y no me cabe la menor duda de que optará de nuevo al Mundial de dentro de tres años. Espectacular. Gracias a todos.
Otra cosa es qué uso hayamos hecho y cómo hayamos tratado aquella victoria de hace un año. Los reduccionistas, por ejemplo, han aprovechado la victoria en un Mundial para pasarle factura a Raúl, el mejor jugador español de todos los tiempos, y dejar claro que si se ganó en un Sudáfrica fue porque no estuvo él... ¿Cabe mayor majadería?... Los ventajistas han empezado a contar cuántos jugadores había de su equipo, atribuyéndoles a ellos la exclusividad del éxito logrado. Los vengativos han señalado al entrenador del Real Madrid, que trabaja para que su club consiga victorias, como orígen del desmoronamiento del buen rollito existente entre los internacionales; y todo porque Arbeloa, Ramos o Albiol no hicieron el pasillo a Xavi, Puyol o Piqué en sus enfrentamientos contra el Barça. En definitiva: hemos ensuciado aquel Mundial, lo hemos arrastrado por el fango y me temo que aún hay cuitas pendientes por salir. Una lástima.
España se llevó hace un año la mayor alegría de la historia, y hace catorce se nos encogió el corazón cuando la banda criminal ETA secuestró a un chaval de 29 años, chantajeó al Estado de derecho, no obtuvo lo que pretendía del Gobierno y, pese a las manifestaciones que durante aquellos dramáticos días clamaron por su liberación, le pegaron dos tiros en la cabeza y murió el 13 de julio. Miguel Angel Blanco tendría hoy 42 años si un perro sin corazón y sin entrañas no hubiera decidido acabar con su vida porque sí. Siempre recordaré la cara de Miguel, su padre, cuando, ignorante de lo que había sucedido, se encontró a las puertas de su casa con una marabunta de periodistas que le contaron que su hijo había sido secuestrado. Miguel Angel habría disfrutado del gol de Iniesta y de las paradas de Iker, pero no pudo. No olvidemos jamás a las víctimas de los asesinos. Tengámosles siempre presentes. No les traicionemos porque ellos no lo habrían hecho con nosotros.