¿Se puede renunciar a un don? De haber podido, si a cualquiera de nosotros nos hubieran dicho que íbamos a ser el mejor futbolista de la historia, recordado para siempre, venerado casi y que, fruto de esa adoración, se acabaría fundando una religión en nuestro honor pero que, precisamente por todo eso, nos sentiríamos solos aunque siempre acompañados, desdichados y que acabaríamos cayendo en la tentación y muriendo a los sesenta años, ¿qué habríamos decidido? ¿Habríamos renunciado? ¿Y seríamos más dignos de lástima por nuestras sombras o más admirados y queridos por nuestras luces? ¿Cómo pasaríamos a la historia? Pues, al final, siempre brilla la luz. A Poe no se le recuerda porque fuera un alcohólico sino porque escribió El gato negro. Cuando estás delante de Los Girasoles no te viene a la memoria que Van Gogh rayara en la locura y que acabara suicidándose sino que él fue capaz de ver cosas que nosotros no pudimos y que supo plasmarlas en un óleo. Ves a Cary Grant en La fiera de mi niña y no caes en la cuenta de que era un avaro sino en que tenía un don para hacernos reír. Cuando Malcolm Lowry tuvo problemas durante su segunda estancia en México, en 1946, y en su intento por no ser expulsado del país preguntó al subjefe de Migración de Acapulco qué había contra él de su anterior visita en 1938, el funcionario sacó una ficha, la golpeó con un dedo y le contestó: "Borracho, borracho, borracho. He aquí su vida", pero cuando lees Bajo el volcán te das cuenta de que estás ante un hombre portentoso. El mayor genio libra por libra de la historia, si me permitís el símil boxístico, Miguel Ángel Buonarroti, era un cascarrabias insoportable y tenía celos (¡él, celos él!) de Rafael Sanzio, pero hizo escultura más bella, La Piedad, con sus manos y pintó la Capilla Sixtina.
Por eso yo no quiero esperar diez años, veinte, treinta, para que la historia redima a Diego Armando Maradona... porque no la necesita. Maradona no necesita redención ni mucho menos nuestro perdón. De Villa Fiorito pasó al cielo, no hubo transición ni estación de paso. De una chabola familiar en la que se filtraba el agua de lluvia por el tejado pasó directamente a pedir por norma la mejor botella de vino de la carta del restaurante al que iba a comer, y luego la segunda mejor y la tercera. De no poder probar nada pasó a querer probarlo todo, pasó a comerse el mundo a dentelladas y a veces se empachó y otras escogió el camino equivocado: ¿Y quién no ha escogido alguna vez un camino erróneo?
Me ha llamado la atención la discusión que hoy han mantenido, y a propósito de la figura de Maradona, Josep Pedrerol y el psiquiatra José Carlos Fuertes en Espejo Público. En un momento determinado el doctor Fuertes ha dicho algo que me ha sorprendido e inquietado: "Las adicciones son genéticas". Supongo que una afirmación como esa estará sustentada con pruebas porque lo que sugería este psiquiatra es que si Maradona acabó siendo un adicto a las drogas fue porque su padre o su madre tenían un gen proclive a ello, pero ayer escuché decir a José María Minguella que el padre de Maradona, don Diego, era un hombre trabajador y callado que se sentaba en una silla y podía estar dos horas sin decir nada, y que la madre, doña Tota, era una mujer buena y trabajadora. Sucede que, para ellos, la tentación nunca vivió en el piso de arriba.
Me parece que para saber qué pasó por la cabeza de Diego Armando Maradona cuando empezó a probar la droga tendríamos que haber estado en la cabeza de Diego Armando Maradona, y ahí sólo estuvo él. La cabeza del Pelusa dibujó épocas tenebrosas y, al mismo tiempo, fue capaz de regatear a Hoddle, Reid, Butcher y Fenwick y batir a Shilton en un partido contra Inglaterra en el Mundial de 1986. Si le hubieran planteado a Dalma Salvadora Franco, doña Tota, nada más dar a luz a su hijo Diego, qué futuro quería para él, probablemente habría elegido el futuro que finalmente tuvo. Hace poco le preguntaron a Madonna (con la que por cierto se produjo alguna confusión ayer por lo parecido de su nombre con el apellido de Diego) en su sesenta cumpleaños qué le diría a la chica que empezó a cantar cuando tenía dieciocho, y respondió: "Le diría: agárrate que vienen curvas". Maradona se agarró como pudo. Cuando, dentro de muchos años, un crío ponga en Youtube el gol que el Pelusa le marcó a mi Real Madrid en la Copa de la Liga de 1983, el del quiebro final a Juan José, se quedará con el genio y no con el diablo porque sucede que no hubo diablo, sucede que el diablo fue un espejismo y que sólo hubo un hombre con un don al que no podía renunciar. Como dijo una vez Roberto Fontanarrosa, "a mí no me importa lo que hizo Diego con su vida, a mí me importa lo que hizo con la mía". Y a mí me hizo feliz. Gracias, Maradona.