Hay incluso algunos entrenadores, que por definición ya no pueden participar directamente en el juego y por lo tanto es material claramente prescindible, que tienen veleidades de auténticas estrellas de la ópera o del rock and roll. Fabio Capello, por poner sólo un ejemplo que me viene de repente a la memoria, ya llegó domesticado (por rebotado de la Juventus de Turín) y con las orejas gachas en su segunda etapa al frente del Real Madrid, pero en la primera, con tan sólo cincuenta años, se creía que era el mismísimo Beniamino Gigli resucitado de entre los muertos. Que le pregunten, si no, a Juan Onieva, que por aquel entonces era el vicepresidente económico, por los portazos, las manías y los gritos del italiano. No me extrañaría en absoluto que por aquella época viajara con su almohada por todo el mundo, como aseguran que hace Van Morrison, el león de Belfast.
Y si es difícil apretarle la cincha a un entrenador, cuando entrenadores hay mil y hoy te traes a uno y mañana le echas y te traes al siguiente y la Tierra sigue girando alrededor del sol como si nada, imaginémonos por un momento lo complicado que será meter en cintura a uno de los diez mejores futbolistas del mundo, uno de esos que sí marcan realmente las diferencias sobre el campo y que, por lo tanto, arreglan balances y ganan títulos. Si resulta que en tu equipo tienes a tres o cuatro jugadores del top ten, la situación se complica hasta límites insospechados. Por mucho que se diga, lo que destruyó al Real Madrid de los Zidanes no fue el carácter galáctico de sus jugadores sino simple y llanamente el hartazgo de ganar y la ausencia de nuevos objetivos por los que luchar cada domingo. El valor de Del Bosque, de quien hay sorprendentemente quien todavía se atreve a decir que no es entrenador, consiste precisamente en haber sabido exprimir el último zumo de sus estrellas, mientras que el valor impagable de Raúl, que es otro nombre que me viene de repente a la cabeza, radica en su comportamiento de gregario, catorce años después de haber iniciado su carrera deportiva, cuando puede presumir de haberlo ganado casi todo varias veces.
Ha despertado mi atención la noticia de que Leo Messi, indiscutiblemente uno de esos diez mejores futbolistas que hay en el mundo a los que me refería un poquito más arriba, se negó a entrenarse al día siguiente del partido que disputó su equipo contra el Valencia porque Pep Guardiola cometió la tremenda osadía de sustituirle cuando el marcador reflejaba un 4-0 a favor del equipo catalán. Deberemos estar muy atentos en el futuro a posibles sublevaciones de similares características a la denunciada por RAC 1 porque si existe algo que realmente pueda hacerle daño al huracán del humilde Pep es justamente que se le amotinen sus estrellas, y de todas ellas Messi es sin duda alguna la más significada. El Barcelona ha actuado correctamente intentando tapar la noticia mientras ello ha sido posible (ese es el pan nuestro de cada día) porque cualquier signo de debilidad puede ser empleado por sus rivales. Y hay cola de galacticidas esperando a la puerta del Camp Nou.