Dicen que un jugador de fútbol no es nadie hasta que no tiene un apodo. "Galerna": dícese del viento súbito y borrascoso que, en la costa septentrional de España, suele soplar entre el oeste y el noroeste. "Cantábrico": perteneciente o relativo al mar Cantábrico o a la tierra adyacente a ese mar. Francisco Gento López (Cantabria, España) jamás tuvo ese problema. En aquellos tiempos felices en los que todavía nacían extremos, Francisco, Paco para sus amigos, empezó a soplar por la banda del campo de la Sociedad Deportiva Nueva Montaña, siguió soplando después en el Unión Club del Astillero, más tarde en el Rayo Cantabria, luego en el Racing de Santander y, por último, en el Real Madrid, club con el que conquistó, resoplando más que soplando, seis Copas de Europa, seis, doce Ligas, un par de Copas y una Intercontinental. Viéndole jugar, un rayo que no cesaba de correr, un potro desbocado que no paraba de galopar, no era demasiado difícil suponer que Gento acabaría siendo conocido mundialmente como la "galerna del Cantábrico".
Cuentan los más viejos del lugar que era tan potente aquel viento de Guarnizo, daba tales resoplidos el futbolista en cuestión, que al principio, sólo al principio, Rial le enviaba un misil de crucero Tomahawk y él lo dejaba atrás, y luego tenía que volver para recogerlo. Alguien dudó, un leve instante de flaqueza, pero Di Stéfano, que era el vicepresidente, acabó con las dudas y dejó ordenado que a aquel chico no se lo tocara nadie, que él le enseñaría a parar como Dios mandaba. Cuando Gento, al fin, aprendió a frenar, pasó a convertirse de repente en el escalpelo de un equipo mítico, el abrelatas del mejor Real Madrid que se recuerda. Manolo Velázquez, otro superclase, cuenta cómo, nada más llegar al equipo, inexperto aún, futbolista tierno y por hacer, le enviaba todos los balones con efecto, y Gento, que para aquel entonces ya era don Francisco, llegaba siempre; hasta que un día, posiblemente harto de tanto resoplar, le espetó lo siguiente: "¡niño, también se puede dar al pie!"
Absolutamente nadie, a excepción quizás de Santiago Bernabéu y Alfredo di Stéfano, ha hecho más méritos que él para recibir un homenaje por parte del madridismo. Gento, furiosa galerna del Sábado de Gloria, hipohuracanado viento humano que arrollaba a los defensas del equipo rival, es un caballero perteneciente a una época en la que estrechar la mano de otro hombre significaba lo mismo que firmar un contrato, un futbolista capaz de colocar la tercera piedra del edificio del "mejor club del siglo XX" y luego pasar al anonimato más absoluto. De los naufragios por él provocados podrían dar fe muchos jugadores del Stade de Reims, la Fiorentina, el Eintracht de Francfort o el Partizán, náufragos todos de la velocidad del "11". Un homenaje sabe a poco, que le den cien, mil o un millón porque aquel extremo y este señor se los merece todos.