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El penúltimo raulista vivo

Fue la hora de Bale

Desde el primer día se estableció un paralelismo, más periodístico que futbolístico y por lo tanto más engañoso que real, entre Cristiano y Messi y Bale y Neymar, los rookies de la Liga. A mí, y ya lo he dicho muchas veces, me pareció un debate falsario porque sinceramente siempre creí que Bale era miembro de pleno derecho de ese grupo de selectos jugadores que pueden optar al Balón de Oro mientras que a Neymar le veía más como un experimento interesante, un jugador con futuro que igual podía salir bien que podía hacerlo disparado por la ventana del despacho de Sandro Rosell. En la historia, inacabada aún por supuesto, sí hay una ventana y también alguien que sale disparado por ella: por la ventana del despacho del padre de Neymar salió disparado el anterior presidente culé y, puesto que es amplia, todo hace indicar que por ella saldrán también Bartomeu, Vilarrubí, Faus y hasta mi amigo Freixa, el experto mundial en cuartos de baño.

Fue la hora de Bale. En ausencia de Cristiano, que sigue siendo el jefe, el galés tomó la responsabilidad y estuvo tan participativo como en otras ocasiones. Porque es por supuesto falso de toda falsesad que Bale esté desconectado del resto del grupo o no entienda de qué va este juego. Que un periodista deportivo diga del mejor futbolista de la Premier que no comprende el sentido del fútbol debe ser algo parecido a que un crítico cinematográfico afirme que John Ford no comprende el lenguaje del cine. Bale siempre ha jugado así, como lo hizo anoche en Valencia, como lo lleva haciendo toda la temporada en el Real Madrid, como lo hizo tantos y tantos años en el Tottenham. Y a mí me encanta. Puede que a algún sesudo intérprete de los textos arcanos del fútbol le resulte poco atractivo pero a mí me parece un espectáculo soberbio comprobar cómo un tipo con 1,83 de altura quema la banda con su Harley y se mete hasta dentro de la portería del equipo rival. Para mí el fútbol es eso y no una tarde de lluvia en San Mamés, qué le voy a hacer si Dios no me regaló mayores entendederas.

Bale, que se comió por supuesto a Neymar pero también pasó por encima de Messi, podía haber hecho muchas cosas ayer en la famosísima jugada de marras. Sus opciones eran ilimitadas e inacabables y la que él eligió era probablemente la que más riesgo personal suponía. Bale recibió, encaró, Bartra le sacó del campo, el galés esquivó a un juez de línea, luego a un periodista, continuó corriendo, se metió hasta la cocina y, una vez dentro, tuvo la suficiente sangre fría como para colársela por debajo de las piernas a Pinto. Su partido había sido hasta ese momento descomunal pero con esa jugada pasó a convertirse en historia viva de la Copa. Y más aún que la jugada del gol, que fue una obra de arte, me gustó otra cosa: Bale creyó en sí mismo, en ese estilo que le ha convertido sin duda en uno de los diez mejores futbolistas del planeta, hizo lo que sabe sin miedo a lo que podían decir de él... si fallaba. No falló y su eslalon le dio una Copa al Madrid. No está nada mal para tratarse de un herniado desconectado. No está mal para un chupón.

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