Faltan 51 días para que Sergio Ramos se convierta en agente libre y, si así lo decide, pueda estampar su firma con otro club que no sea el Real Madrid. La semana pasada, en El Chiringuito, se planteó un debate acerca del motivo por el cual un emblema del club como Sergio, su capitán, probablemente uno de los mejores defensas de la historia, no había firmado todavía su renovación. A mí se me ocurrió que si, cuando quedan menos de dos meses para que Ramos pueda firmar el que probablemente vaya a ser su último contrato potente, aún no se había dicho o hecho nada era porque existía un problema, bien de dinero o bien de duración. Ayer Eduardo Inda confirmó que Sergio quería dos años y que el Real Madrid, o sea su presidente, sólo le ofrecía uno. Por otro lado, también se ha dicho que Ramos estaría pidiendo 15 millones por cada uno de esos dos años, de modo que la operación se le iría al club blanco hasta los 60 millones de euros brutos. Sesenta millones de euros brutos por un futbolista que lo ha dado todo, sí, que es santo y seña del madridismo, también, que cambió con un gol la historia moderna del mejor club deportivo del mundo, de acuerdo, pero que el próximo 30 de marzo, y aún con su contrato actual en vigor, cumplirá 35 años. Si el Real Madrid, que anda ahora mismo en ese tira y afloja con el futbolista, accediera a sus deseos, expresados como decía antes por Inda en El Chiringuito, estaría pagando 60 millones por un futbolista que en marzo de 2023 tendrá 37 años.
El problema, por lo tanto, no está en que se hable mucho o se hable poco. El problema está en lo mismo de siempre, o sea el dinero, el money, la tela, el parné, el cacao, la mosca. ¿Se puede estudiar por parte del Real Madrid una operación económica que, en plena pandemia, le costaría al club 60 millones en los dos próximos años por un jugador de 35 años? Se puede y se debe estudiar además porque ese jugador no es cualquier jugador sino uno muy especial. Y en esas estamos. O, por mejor decir y para ser exacto, en esas están quienes tienen que estar, que son Florentino Pérez y Sergio Ramos, los demás somos de piedra, como el espectador en el mus. ¿Le dará, conociéndole como le vamos conociendo, el presidente del Real Madrid un euro más del que considere justo a Sergio? Lo dudo. ¿Podrá más en Ramos el sentimiento o el interés, su Real Madrid o el Inter de Miami, su padre futbolístico o David Beckham, España o Estados Unidos? Eso nos lo dirá el tiempo. Lo que sí se puede decir ahora mismo sin esperar hasta el próximo 1 de enero es que tiene toda la pinta de que Florentino Pérez no es un hombre que mueva sus fichas acuciado por los tiempos, que suele marcar él.
Comprendo perfectamente que haya madridistas que piensen que a Ramos hay que darle lo que quiera, ahora sólo falta que lo entienda también y sobre todo quien dirige el club. Yo lo comprendo aunque no lo defiendo porque pienso que no hay que darle lo que quiera a nadie nunca y bajo ninguna circunstancia, pero insisto en que puedo entender que haya aficionados o socios del Madrid que defiendan esa idea. Con lo que no estoy tan de acuerdo es con que, para justificar que a Ramos se le dé lo que pida, se esgrima su madridismo. Puede alegarse su dedicación, que es total y absoluta, o su profesionalidad, que es mayúscula; también puede alegarse su calidad contrastada, pero su madridismo no. Para defender que a Ramos se le dé lo que pida René puede esgrimir que es el futbolista más importante de la plantilla ahora mismo, cuestión ésta con la que estoy totalmente de acuerdo, pero cuando se argumenta como cuestión de peso su amor por los colores se olvida que, negociando con Ramos, hay un madridista con cerca de 40 años como socio, uno con un número diez mil y pico, un madridista que no cobra por presidir el club y que, bien al contrario, lleva pagando desde mediados de los ochenta. Cuando Florentino se hizo socio del Madrid, en enero del 85, a Sergio le quedaban un año y dos meses para venir a este mundo cruel. Y como Ramos nació en Camas, provincia de Sevilla, se hizo sevillista. Y fue sevillista, y sigue siéndolo un poco, hasta que al futbolista profesional se le abrió de par en par la puerta del cielo deportivo. Y ahí, esperando para abrirle, no estaba San Pedro, no, estaba Florentino. Catorce años después nadie puede dudar en serio del madridismo de Ramos, pero tampoco del madridismo de su máximo mandatario, que ya iba al Bernabéu cuando el jugador aún gateaba por el suelo.
¿Qué quiero decir? Pues quiero decir, y como lo quiero decir lo digo, que no se puede alegar el madridismo de Ramos porque quien negocia con él es más madridista aún y, a diferencia de Sergio, sólo piensa en el interés del club, únicamente en el interés del Real Madrid. No se trata de una negociación entre el madridista Ramos y el antimadridista Florentino sino de una negociación entre el madridista Ramos y el todavía más madridista Florentino. Florentino es justo. Justo... y duro. Florentino es tan duro negociando o incluso más que Ramos defendiendo. Y los ha visto pasar por delante de su taquilla de todas las alturas, nacionalidades, pesos y colores. Por ahí han pasado Cristiano, Özil, el papá de Özil, Di María, la señora de Di María, Casillas, Raúl... Vamos, que Florentino Pérez no es Bartomeu. A Messi le habría ido mejor con Florentino, habría ganado menos dinero pero le habría ido mejor. Y a Ramos le irá mejor con Florentino que con Beckham, pero la decisión es suya. El 1 de enero, si así lo decide, podrá firmar por otro club. Ojalá no suceda, en serio, ojalá acabe aquí su carrera. Pero el escudo del Real Madrid no es ningún futbolista. Miento, el escudo del Real Madrid tuvo durante un tiempo la cara del señor Di Stéfano. Y un buen día, Santiago Bernabéu le dijo eso de "Alfredo, aquí serás lo que quieras, pero jugador ya no". Sergio, aquí serás lo que tú decidas, incluso jugador aún.