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El penúltimo raulista vivo

Fascinación

El objetivo no parece pequeño: ni más ni menos que la fascinación planetaria. Matty Walker fascinó a Ned Racine hasta hacerle enloquecer. Romeo y Julieta acabaron fascinados el uno del otro y aquello les condujo hasta una muerte realmente trágica. Las sirenas fascinaron de tal modo con sus cánticos a Jasón y los Argonautas que, de no haber sido por la oportuna y rápida intervención de Orfeo, todos habrían encallado en las rocas. Eso es lo que, yendo un pasito más allá de la excelencia, que ya está demodé, le exige ahora Florentino Pérez a su entrenador. Doscientos millones de euros invertidos después, este Real Madrid está en la obligación de "atraer irresistiblemente", que es la definición exacta del verbo fascinar, a cerca de siete mil millones de personas. Y yo no detecté ayer fascinación precisamente en el rostro de quien la exige, ni tampoco en el de uno de sus acompañantes en el palco -el presidente Aznar- sino el aburrimiento más total y absoluto. Y, por momentos, el miedo. Y eso que sólo eran dos de siete mil millones.

Decía el otro día Pellegrini que el equipo se iba pareciendo cada vez más a lo que él quería. Error. El equipo tiene que parecerse cada vez más a lo que quiere Florentino Pérez. Y, ¿qué es lo que quiere Florentino Pérez?... Tal y como quedó reseñado con anterioridad, lo que quiere Florentino no es otra cosa que la fascinación mundial. Hay dos formas de interpretar las palabras de Pellegrini y ambas me preocupan. Si Pellegrini dice la verdad cuando afirma que el equipo se va pareciendo cada vez más a lo que él quiere, lo cierto es que lo que quiere el entrenador del Real Madrid es que su equipo sea alarmantemente blando en defensa, carezca de la necesaria intensidad, se parta en dos o en tres con demasiada facilidad, se vaya del partido al menor contratiempo y juegue con la ruleta rusa de los impulsos geniales que puedan tener Kaká o Ronaldo. Y si Pellegrini miente es que se está dando cuenta de que se ha iniciado la cuenta atrás.

No hay refugio o escondrijo posible para el entrenador del Real Madrid. Ni siquiera para el entrenador del Real Madrid más vulgar de los últimos cincuenta años. Incluso en ese caso se le exigirán todos los títulos y todas las victorias. De ahí que Pellegrini esté a la intemperie, bajo un sol de justicia, sudando la gota gorda. El chileno, cual hombre menguante, se ha colado por un minúsculo agujero. Ayer volvió a hacerlo: "hemos metido cuatro goles y eso le gusta al Bernabéu". Pero yo he visto silbar al Bernabéu con el equipo ganando por 3-0. El problema de este Madrid no es sólo que no fascine al mundo, tal y como reclama su presidente, sino que, parafraseando a Geoffrey Green, parece un coche de bomberos corriendo hacia el fuego equivocado. A Ilsa Lund y Rick Blaine, mutuamente fascinados a pesar de todo, siempre les quedaría París. A Pellegrini le queda Raúl. Otro clavo ardiendo al que agarrarse mientras corre veloz el reloj de Florentino.

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