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El penúltimo raulista vivo

Espejo, espejito mágico...

El libro más interesante que se ha publicado en España sobre Mourinho es sin lugar a dudas De Nietzsche a Mourinho. Guía filosófica para tiempos de crisis editado por Berenice y magníficamente escrito y profusamente documentado por el profesor de Filosofía Santiago Navajas. Sirva decir como confesión estrictamente personal que es un libro que, de haber tenido el conocimiento imprescindible, me habría encantado poder escribir a mí. En el apartado Liderazgo provocador del capítulo Mourinho, entrenador de fútbol, Navajas dice lo siguiente: "De esta concepción militar a fuer de maquiavélica, según la cual es más importante ser respetado y temido que caer bien, se sigue que el rendimiento es más importante que la popularidad. Lo que es sumamente complicado en el caso del entrenador del Real Madrid ya que la presión mediática de una prensa deportiva acostumbrada a mandar en el imaginario colectivo de los seguidores del club es decisiva en cuanto que la no popularidad puede afectar al rendimiento". Y más adelante añade: "Por ello, Mourinho cuando llega a diversos sistemas en equilibrio, es decir instalados en un soporífero y rutinario status quo, lo primero -y lo segundo, y lo tercero...- que hace es desequilibrarlos, desorganizarlos... romper las inercias que operan si no en contra, sí que no teniéndolo a él, y por tanto a los equipos que entrena, como centro".

Esa es sin lugar a dudas la clave del paso de Mourinho por el Real Madrid, el status quo. Se fue simplemente porque no pudo cambiarlo, y no pudo cambiarlo porque no le dejaron... desde el propio club. No fue la prensa, incómoda pero que al portugués se la traía realmente al pairo, ni tampoco los futbolistas, muchos de los cuales eran perfectamente sustituibles por otros, sino el propio club. Comprendo que esto es muy fácil decirlo y que debe ser muy difícil hacerlo porque un club tan complejo como el Real Madrid tiene las mayores exigencias deportivas y un nivel de seguimiento que para sí quisiera la otra Casa Blanca, la de Obama, pero insisto en que el problema no fue según mi criterio Mourinho, que estaba dispuesto a ir a la guerra a pesar del desgaste personal y familiar que podía acarrearle, sino el conservadurismo de un club que prefirió pactar y que cambió independencia por tranquilidad. Hablo, claro, en términos relativos puesto que el club continúa siendo todo lo independiente que puede ser gracias a Florentino Pérez mientras que el recibo de la tranquilidad que se ha contratado resulta en ocasiones tan difícil o más de descifrar que el de la compañía eléctrica.

Han llamado mucho la atención unas declaraciones de Mourinho a la revista Esquire en las que dice que los jugadores del Real Madrid hacían cola delante del espejo antes de los partidos. ¿Se refiere Mourinho a que físicamente eso era así?... Espero que no. Quiero creer que no. ¿Alguien se imagina a los jugadores del Madrid haciendo cola delante del espejo antes de saltar al campo?... No lo creo. De lo que yo pienso que él está hablando es de los egos que no pudo domar, del colectivo que no pudo militarizar, de un grupo al que no pudo concienciar de que el colectivo era indudablemente más importante que las individualidades y de que el éxito o el fracaso dependían de ese concepto mucho más que de otros, incluída naturalmente la calidad técnica de los jugadores. Y Mourinho sangra por supuesto aún por la herida de un trabajo inconcluso, de una tarea pendiente, de una misión sin acabar. El año que los futbolistas obedecieron, el Real Madrid se salió literalmente del mapa de la clasificación y obtuvo un record histórico de goles y puntos a favor. La auténtica magia de José Mourinho no es la táctica (aunque en esa asignatura también sea un aventajado) sino la psicológica. ¿Cómo entender, si no, que un hombre logre seducir siempre a otros veinte que saben perfectamente que tienen su futuro y el de sus hijos y nietos totalmente garantizado?... Aquí no lo logró porque el equilibrio de fuerzas se decantó por los jugadores y no por el entrenador. Venció la rutina. Más práctico pero mucho menos apasionante y divertido.

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