Escribo este artículo con la careta de Arbeloa aún puesta. Y es que yo, como Álvaro, también soy nacido en Esparta según se entra a mano derecha, en concreto de la zona del río Eurotas. Cuando quedamos a tomar café aún recordamos con alegría aquel día que nos quedamos encajonados en las Termópilas y cómo, aunque la historia diga lo contrario, nos sacó de allí Leónidas, y Jerjes se quedó con un palmo de narices persas. Arbeloa se coló ayer en la fiesta de Cristiano, de la que ahora hablaré, y su aparición estelar marcando un gol, a punto de marcar otro, dándole a Di María el tercero y provocando un claro penalti que el árbitro, que debía ser ateniense, pasó por alto, no ha sentado nada bien entre ciertos sectores del periodismo deportivo español.
A Arbeloa le tienen en los medios castigado y de cara a la pared porque un día le pidieron que escribiera cien veces en la pizarra eso de "Mourinho es malo" y él, con buen criterio (o al menos con su propio criterio) se negó siquiera a agarrar la tiza. Álvaro tenía mucha fama cuando jugaba en el Liverpool y, estando él en la Premier, aquí no paraba de repetirse aquella cantinela de "¡qué error haberle dejado marchar!"... Pero fue llegar aquí y empezar a ganar cosas, dos Eurocopas, un Mundial, una Liga, una Copa, una Supercopa... y, de repente, pasó a ser un tronco, un cono, un asesino del balón. Con Alonso, que es el otro rescoldo mourinhista que aún permanece encendido en ese vestuario, nadie se atreve porque Xabi está por encima del bien y del mal, pero con Álvaro sí hay barra libre para la descalificación. Por eso me alegro tanto por mi paisano espartano Arbeloa.
Hablando del ausente, del gran Cristiano. Ni siquiera el acto organizado ayer por las peñas en desagravio de su comandante en jefe contó con el beneplácito generalizado de la gente. Y es que hay algunos madridistas que no terminan de aclararse: está mal animar y también está mal no hacerlo. Hay quien, como en el himno se dice eso de "caballeros dan la mano", se habría sentido probablemente más reconfortado si en el estadio Santiago Bernabéu hubieran aparecido ayer 45.000 madridistas con la careta de Leo Messi. O, mejor aún, con la de Joseph Blatter. O, mejor aún, 15.000 madridistas con la careta de Messi, otros 15.000 con la de Blatter, 7.500 con la de Angel María Villar y el resto con la de Victoriano Sánchez Arminio. En Esparta lo tenemos todo mucho más claro.