Tan cierto es que Messi escupió al banquillo del Real Madrid, se encaró con Arbeloa, que iba acompañado por su mujer embarazada, y retó a Karanka, a quien llamó "muñeco de Mourinho", como que hay un sector muy definido del periodismo deportivo español que está dispuesto a perder su honra con tal de restarle importancia a un hecho que, de haber sido otros sus protagonistas, por ejemplo Mourinho, Cristiano o cualquier miembro de la primera plantilla del equipo blanco, habría sido estirado durante días y días cual chicle bang bang en alguno de esos akelarres radiofónicos que se organizan contra el mejor club de fútbol del siglo XX según la FIFA. Pero esto ya no tiene nada que ver ni con Florentino ni con Mourinho ni siquiera con Messi sino con la verdad y con la mentira, con los intereses creados y con la profundísima revisión que del periodismo tengamos que hacer probablemente los periodistas.
Lo que demuestra fehacientemente lo acaecido este miércoles es que, al contrario de lo que nos han querido vender, el 1-1 ha caído como un auténtico jarro de agua fría en Barcelona y entre el barcelonismo. Y lo que constata el empate copero del estadio Santiago Bernabéu y sus arrabaleras consecuencias es que, lejos de ser el santo niño de Moronachoca, Messi no es tampoco virgen a la hora de montarla. Mourinho, a quien el madridismo echará muchísimo de menos cuando se vaya, no sólo ha logrado desactivar al mejor Barcelona de toda la historia sino sacar de sus casillas a su estrella. Messi no es Messi cuando juega contra el Madrid, se encuentra incómodo sobre el campo y eso se traduce en balonazos contra el público, escupitajos dirigidos hacia el banquillo y otros episodios que dejan en evidencia al ganador de cuatro Balones de Oro.
El escupitajo existió aunque yo no lo tenga físicamente localizado. Y lo que Enrique Marqués adelantó anoche en Futboleros es que "habrá sorpresas" si al Barcelona se le ocurre negar oficialmente la existencia de ese gesto tan guarro por parte del fenomenal futbolista argentino. El Barcelona, claro, no lo hará porque sabe perfectamente que Messi escupió y que luego acabó encarándose con Arbeloa y con Karanka; y, si el Barcelona no niega, el Real Madrid dará por zanjado tan feo asunto. Lo que, más allá de la existencia cierta y comprobada a través de varias fuentes informativas de los hechos aquí relatados, no puede argumentarse hipócritamente para negar la realidad es la ausencia de reacción por parte del banquillo madridista: si Mourinho salta, malo; si Mourinho no salta, peor. Y, frenada en seco la manifestación pro-beatificación de Leo Messi, el resúmen final de este cuento no es otro que el que ya he criticado aquí mismo en otras ocasiones: el doblevarismo, la prostitución intelectual y el fariseismo que cohabita como uno más entre ciertas élites periodísticas de este país nuestro al que todavía conocemos como España.