Doce años después, a falta de que otorguen al fin el maillot amarillo del Tour del año pasado a su auténtico dueño, que no es otro que Oscar Pereiro, volvió a sonar el himno nacional español en París. El jovencísimo (tan sólo veinticuatro años) ciclista madrileño Alberto Contador es un ganador con todas las de la ley. Lo pienso yo y a buen seguro que lo suscribirán la gran mayoría de aficionados españoles, pero sin embargo esas mismas palabras –"es un ganador con todas las de la ley"– he tardado demasiado tiempo en oírselas decir con tanta rotundidad al secretario de lo que nos queda de Estado para lo que nos queda de Deporte. Jaime Lissavetzky, que está puesto ahí sólo para eso, pero ha esperado casi al último kilómetro de los Campos Elíseos para aclarar que hasta Contador no llega el chapapote de la Operación Puerto.
Contador, eso sí, se ha impuesto en un Tour rarísimo, desagradable por momentos, y con un montón de incidencias extradeportivas, no siendo la menor de ellas que los organizadores de la carrera presionaran tanto al equipo del líder que al final éste no tuviera más remedio que dejar colgado de la percha su maillot amarillo. Rasmussen va diciendo por ahí que le han robado el Tour, pero lo que tendría que hacer el danés es preguntarle a su federación por qué le eliminó del Mundial y de los Juegos de una sola tacada. El eco de las denuncias de Rasmussen se irá difuminando poco a poco. Es cierto que su carrera deportiva está herida de muerte, pero el único culpable de que la situación haya degenerado tanto es él.
Hace tres años, Alberto Contador estaba en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid. En el transcurso de la primera etapa de la Vuelta a Asturias se cayó y se trabó la lengua. Posteriormente, las pruebas demostraron que tenía un cavernoma en el cerebro. Tras ser sometido por los médicos a una delicadísima intervención quirúrgica, Alberto, que en ese momento no sabía si podría volver a competir al máximo nivel, le dijo a su madre eso de que "querer es poder". Quiso y pudo. Contador no es sólo el futuro del Tour, como aseguró su director deportivo cuando el ciclista no contaba para nadie en las quinielas, sino su presente más rabioso. Su forma de afrontar las carreras, siempre atacando, dando lo mejor de sí mismo y con un estilo muy espectacular y que recuerda mucho al de Perico Delgado, puede salvar al ciclismo de su lenta agonía. Una cara nueva y feliz, un chaval definitivamente limpio, alguien del que no se puede dudar, un campeón con todas las de la ley. Ya pueden estar orgullosos en Pinto y en el Real Veloclub Portillo porque de allí salió un vencedor del Tour de Francia.