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El penúltimo raulista vivo

En Mou's House

Al final, la moneda no cayó del lado de la soledad. Porque les confieso que aquí, en Mou's House, empezaba a hacer un pelín de frío, notábamos en nuestras carnes los rigores de un largo y crudo invierno mediático y habíamos consumido ya la poca leña que teníamos almacenada. Hoy no, hoy estamos mucho mejor y hasta Relaño firma artículos titulados Así, así, así gana el Madrid. Me atrevería a decir incluso que Mou's House está confortable, "habitable" creo que sería la palabra exacta. Seguro que volverán las oscuras golondrinas en el balcón del madridismo sus nidos de confusión y de desunión a colgar, pero ya no será lo mismo porque un título, y más aún uno como éste que el club llevaba esperando dieciocho largos años, calienta mucho y aprieta aún más las filas alrededor del entrenador.

Reconozcamos que, quien más y quien menos, tenía pesadillas con otro triplete culé y, de repente, de la noche a la mañana, resulta que ya no será triplete sino doblete como mucho, y o yo estoy muy mal informado o, pese al claro favoritismo culé, el Real Madrid optará por presentarse a los dos partidos de semifinales de la Champions a ver qué pasa. Más o menos como sucedió el miércoles pasado. Reconozco que a mí Mourinho me ganó definitivamente para su causa aquel día, también gélido en lo emocional, que apareció sin previo aviso en la ceremonia de despedida de Raúl en el estadio Santiago Bernabéu. El portugués, que tan bien maneja el entorno, pretendía demostrar con aquel gesto que él estaba entrando en el Real Madrid, sí, pero que también quería que el Real Madrid entrara en él.

En época de vacas flacas, con un Barcelona trempante, los socios y aficionados captaron rápidamente los mensajes del entrenador. Y también los captaron rápidamente los enemigos del club, de ahí que hayan tratado, y vayan a seguir haciéndolo en el futuro, de desacreditarlo cada vez un poquito más. Les juro, y eso que no me gusta nada jurar, que el jueves habría escrito exactamente el mismo artículo con una derrota madridista en la final de la Copa del Rey. Pocas veces he tenido tan clara una cuestión deportiva como que José Mourinho es el entrenador perfecto para el Real Madrid, más aún en momentos complicados. Decía Rudyard Kipling que "la victoria y la derrota son dos impostores, y hay que recibirlos con idéntica serenidad y con saludable punto de desdén". Pues eso. Eso sí, en La Cibeles faltó Raúl. Al gran capitán le habría gustado vivir en Mou's House.

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