Alex Ferguson dijo el otro día que a él no le gustaría estar en el pellejo de Manuel Pellegrini y todos interpretamos al instante que esas declaraciones, como las que salen de la boca de Uli Hoeness, se debían al estado de antimadridismo latente en el que se encuentra siempre el entrenador del Manchester United, fruto sin duda del dolor de un hombre que ha visto cómo al final no ha podido hacer nada para que le quiten a aquel chico que él crió a sus pechos deportivos hasta transformarlo en el futbolista más caro del mundo. Sin embargo, viendo jugar al Real Madrid en pretemporada, las palabras de Ferguson han cobrado de repente un sentido diferente al inicialmente previsto. Puede, sólo puede, que el viejo entrenador de fútbol, ese a quien, fruto precisamente de la experiencia acumulada, le ha salido una concha tan dura como la de un galápago, se estuviera refiriendo a lo incómodo que le va a resultar al chileno dirigir desde el banquillo a un equipo que no puede perder ni siquiera en los partidos amistosos. Porque este Real Madrid, aunque ya lo haya hecho ante la Juve, no puede perder.
Puede que Ferguson se estuviera refiriendo a eso y no a lo otro. Por supuesto que si le preguntas a cualquier entrenador del mundo te dirá que él sí quiere probar suerte: ¡menudo privilegio poder dirigir a Kaká, Cristiano, Benzema y compañía!... Pero la derrota es el único lujo que no puede permitirse un equipo en sus filas con todos esos jugadores. Jugando como lo harían en la Edad de Bronce, Fabio Capello ganó la Liga gracias a unos mediofondistas que él sabía que no pararían de correr ni siquiera en los vestuarios. Luego vino el estrafalario Schuster y prometió espectáculo; lo dio, sin duda, aunque fuera en la sala de prensa y no sobre el campo. El alemán se hartó de pedir aunque luego no le trajeran y, aún así, ganó otra Liga. Instintivamente, el madridismo ha dado por hecho que, tras el triplete del Barça y los extraordinarios fichajes de Florentino Pérez, el club recuperaría su posición en España y en Europa. Es imposible que Capello ganara una Liga con Emerson y Pellegrini no vaya a ganarla con Ronaldo.
El Real Madrid siempre tiene que ganar jugando bien. Da igual que en su plantilla estén los mejores futbolistas del mundo o un grupo de madereros importados del Canadá. En el estadio Santiago Bernabéu han pitado incluso al gran Zinedine Zidane, probablemente uno de los cinco o seis mejores jugadores de fútbol de toda la historia. El otro día, en el transcurso de un partido intrascendente de un torneo aún más intrascendente si cabe, se escucharon los primeros silbidos. Bajos aún, tenues y entrecortados, pero silbidos al fin y al cabo. Y así empezó la marabunta. Por otro lado, también en pretemporada, el Barça de Guardiola cuenta sus partidos por victorias y sus goles los consiguen chavalitos surgidos de la cantera. En descargo de Manuel Pellegrini, que seguro que lo hará muy bien, iba a decir que todavía es pronto, pero no, no lo es, nunca es pronto en el Madrid. Y en el Real de Kaká, Cristiano y Benzema menos aún. A nadie en su sano juicio puede entrarle en la cabeza que este equipo no lo borde y no juegue al fútbol como lo harían los mismísimos ángeles. ¿Perder?... Ese verbo no está en el diccionario. Puede que Ferguson estuviera refiriéndose a eso.