No siempre he estado de acuerdo con Fernando Alonso. Hubo un tiempo, y así lo reflejé aquí, en el cual me pareció que su actitud hacia los medios de comunicación era chulesca y despectiva, pero, a Dios gracias, aquel tiempo pasó. Hubo otro tiempo en que me pareció que Alonso se tiraba llorando media temporada y acusaba al equipo, a los ingenieros o a los mecánicos de errores que eran fundamentalmente suyos, pero ese tiempo también pasó. Para sus quejas más recientes sí había, al parecer, motivo más que suficiente, y Fernando parecía abocado a tener que competir con grandísimos pilotos, pero nunca mejores que él, en clara inferioridad de condiciones. No soy un especialista en la materia aunque, ya que estamos, hubo otro tiempo en el que España estaba inundada de grandes conocedores de la Fórmula Uno, y eso fue gracias a él.
Harto de verse obligado a pilotar con una mano atada a la espalda, Fernando Alonso ha anunciado hoy que se va, que lo deja. Si echamos la vista atrás y aplicamos un plano general a la trayectoria deportiva del piloto asturiano llegaremos inmediatamente a la conclusión de que nos encontramos ante uno de los pioneros del deporte español, uno a la altura de los Santana, Bahamontes, Nieto, Sainz o Ballesteros. Alonso irrumpió en un mundo que parecía prohibido para los españoles, demostró que no era así y, no contento con ello, se convirtió en campeón mundial. Por dos veces. Siempre ha sido ambicioso, siempre ha querido más, siempre ha sido un inconformista y me parece que su adiós anticipado está íntimamente conectado con el hecho de que él cree que no va a poder competir al máximo nivel, y no porque no sea un grandísimo piloto, que lo es, sino porque la mecánica va a seguir sin acompañarlo.
En al adiós de Fernando a la Fórmula Uno yo quiero resaltar otra circunstancia más. Admiro a Alonso justamente por todo lo contrario por lo que no admiro, y recelo, de Piqué, que hace poco anunciara que deja la selección. Admiro a Fernando Alonso porque, siendo como es un referente mundial, no ha tenido nunca miedo a exhibir con orgullo su españolía en un momento delicadísimo para su nación. El recientemente nombrado seleccionador nacional de fútbol, asturiano como nuestro doble campeón mundial, pidió el comodín de Don Pelayo cuando Guillermo Domínguez le puso entre la espada y la pared con una pregunta incómoda pero que obviamente debía ser hecha; en el caso de Alonso no hace falta, nadie duda, nadie recela, ha paseado con nobleza la bandera de España por el mundo y eso vale para mí tanto como cualquiera de sus dos Mundiales... o incluso más. Haga lo que haga en el futuro le irá bien. Como en el caso de Carlos Sainz, el 99,99% de los pilotos matarían por tener un pelín de su mala suerte, que ha sido extraordinaria para el deporte español a lo largo de los últimos quince años.