Uno puede defenderse de los ataques pero nunca de los elogios. Así que, desde el pasado jueves, que fue cuando anunció que colgaba las botas, Raúl González Blanco debe haberse sentido profundamente indefenso por primera vez en mucho tiempo. También yo, lo reconozco; a punto estuvo esta afluencia repentina y violenta de elogios de arrastrarme y, con semejante abundancia de raulista por metro cuadrado, llegué a la conclusión de que sobraba allí, que estaba de más, que mi presencia no tenía demasiado sentido ante tanta loa; no sé por qué pero, de repente, tuve la intuición de que no debía ponerme a bailar la conga de Jalisco ni a soplar el matasuegras con los mismos que habían puesto a parir con saña al 7 y, como diría Valdanágoras, di un paso al costado. Y en el lateral sigo, aparcado en doble fila y con los intermitentes puestos, esperando a que acabe la macrofiesta.
Hoy, por no decir que ayer y anteayer, lloran la muerte deportiva de Raúl y rezan a los pies de su cadaver futbolístico los mismos que se tiraron los últimos diez años acusándole de poner o quitar jugadores y entrenadores o, sin ir más lejos, de encabezar un golpe de Estado contra Luis Aragonés. Esto es España. El mejor futbolista del Real Madrid es siempre aquel que aún no ha llegado o ese que acaba de salir por la puerta; también el que ya se ha retirado. Y para Raúl, como ya ha anunciado su adiós, llegó el momento procesal oportuno de reconocerle de golpe todos sus méritos. Juan Pablo Polvorinos remataba el miércoles El Primer Palo con una reflexión parecida sobre Rafa Nadal: ¿Es posible que haya gente que cuestione al mejor deportista español de todos los tiempos?... Pues sí, es posible. La duda ofende y, en el caso de Raúl, ofendió también la mentira. El pack de la insidia.
El viernes España madrugó siendo raulista. Hablemos bajo, por favor, porque el resacón ha sido de cuidado. Digamos despacito que a Raúl se le faltó tanto al respeto en vida deportiva como para que un loco considerase la opción de bautizar su blog como El Penúltimo Raulista Vivo , un modo de contrarrestar tanta maldad, un dique contra tanta perfidia; a aquel parto sin dolor asistieron Federico Jiménez Losantos y Dieter Brandau, el último raulista que quedaba sobre la Tierra, mi hermano de religión. Dentro de treinta o cuarenta años, cuando muchos de nosotros ya no estemos aquí, habrá quien lea los artículos que se escribieron acerca de Raúl y se pregunten lo mismo que el otro día, lógicamente desairado, exclamó en voz alta Polvorinos sobre Nadal: ¿Es posible que hubiera gente que cuestionara al mejor futbolista español de todos los tiempos?... Claro que fue posible; me dirijo a ti, amigo del futuro: no sólo fue posible eso sino que, justo al día siguiente de colgar las botas, España entera se fue de parranda para celebrar... a Raúl; consulta la hemeroteca.