Marcelo ya no está. Ojo, sería titularísimo en dieciséis equipos de Primera División pero para la exigencia de uno como el Real Madrid... Marcelo ya no está. Está para pequeñas incursiones. Está para sustituciones. Está para operaciones exprés, entrar y salir. Pero para un partido grande y completo... Marcelo ya no está. No es una cuestión de profesionalidad porque él se cuida, es una cuestión biológica. Dotado de una técnica inigualable que le permitió hacer jugadas que estaban vedadas para el noventa por ciento de los futbolistas profesionales de élite, Marcelo siempre atacó el espacio con una inaudita virulencia, como si no hubiera un mañana, sin hacer prisioneros. Siempre le costó volver pero, cuando de ir hacia arriba se trataba, Marcelo era único, inigualable. Cuando Roberto Carlos colgó las botas yo pensé que no volvería a ver en el Madrid a un lateral izquierdo como aquel y no sólo volví a verlo sino que casi, casi lo vi sin solución de continuidad y a renglón seguido. Roberto colgó las botas y se las calzó Marcelo, que fue una bendición.
Pero hoy, ahora, Marcelo ya no está, y lo que conservamos de él son los buenos momentos que nos dio. No es cruel, es verdad. Marcelo ya no está. Los periodistas no somos especialmente listos, no le estamos descubriendo nada que él mismo no conozca de primera mano. Un futbolista debe saber esas cosas, ¿no? Seguro que el actual Marcelo ya sabe también que aquel Marcelo vigoroso como un rayo ya no está pero tampoco es cuestión de exigirle una confesión pública, ¿verdad? Llegó el día en el que Zidane también supo que el otro Zidane jamás volvería y tuvo la sangre fría y la determinación de decir adiós. Dejemos que Marcelo también diga su adiós, que no tiene por qué ser el de Zidane. Dejémosle que elija campo y compañeros aunque sólo sea por veteranía.
Viéndole ayer ante el Chelsea en el partido más exigente de todos los que hasta la fecha ha tenido el Real Madrid, viéndole sufrir al no poder llegar, viéndole sufrir por no poder bajar, viéndole sufrir persiguiendo sombras, y ante el consenso generalizado de que Marcelo ya no estaba, no sé por qué me dio por pensar de repente en El último samurái, la película épica de Edward Zwick. Todos sabemos que en la escena final Lord Moritsgu Katsumoto y sus samurais van a perder, no tienen ninguna posibilidad de ganar, pero su derrota es honorable y emocionante y, al final, más valiosa incluso que una victoria. Sin cursilerías: viendo a este Marcelo sufriendo lo indecible bajo una aparatosa tromba de agua, no sé, me pareció entrañable, y no seré yo quien le falte al respeto.
Porque, además, Marcelo sí ha dado mil señales de que ama al Real Madrid y de que es madridista. Me parece que, a diferencia de otros, Marcelo sí ha dignificado el brazalete de capitán. Marcelo lleva en el Real Madrid desde 2007, no son pocos años, y aquí lo ha ganado todo, Ligas, Champions, Mundiales... Cuando llegó no firmó un contrato por 14 años sino que ha ido renovándolo y nunca, jamás, se ha sabido ni por cuánto lo hacía ni dónde ni en qué condiciones; lo conocíamos el día que se firmaba. Punto. Marcelo no ha especulado ni ha utilizado al Real Madrid como moneda de cambio. Ni ha amenazado tampoco con marcharse a otro equipo que le pagaba más a él pero nada al Real Madrid. Ni ha subido al despacho del presidente del club acompañado por su representante a preguntar por lo suyo.
Como Modric y Kroos, que también han sido protagonistas de la segunda etapa dorada del club, Marcelo ha mandado sin que se notara que mandaba, sin hacer exhibición, sin demasiadas alharacas, sin jactarse por ello, sin chulería. Cuando a Marcelo se lo rifaba media Europa nunca se planteó en la prensa una posible salida, jamás. No filtró porque no le hacía falta. Él era feliz en el Real Madrid y, aunque ya sin la energía de antaño, me parece que lo sigue siendo aunque en otras circunstancias. Porque no sólo Ortega era él y sus circunstancias, todos lo somos. Así que convengamos que, efectivamente, aquel Marcelo ya no está y respetemos a éste. Acordemos que esta certidumbre, que salta a la vista, obra también en poder del propio interesado y dejémosle que decida cómo manejar su momento sin faltarle al respeto. Se lo ha ganado.