Poco antes de que concluyera el Tour de Francia, sin conocer aún si su hijo lograría o no la ansiada primera posición en el podio de París aunque sabedor ya a esas alturas de que, independientemente de lo que sucediera en los Campos Elíseos, entre tanto golfo y tanto tramposo, Alberto había sido sin lugar a dudas la gran estrella de la carrera, el padre de Contador me confesaba, triste e indignado en La Palestra, que para ellos, para su familia y para sus amigos, tan desagradable o más que la gravísima enfermedad que sufrió y que a punto estuvo de retirarle del deporte en activo, fue su falsa implicación en la Operación Puerto. Hoy, tan sólo unos días después de que Alberto Contador consiguiera la victoria en la ronda gala, el chaval se ha visto obligado a dar la cara porque desde Francia y desde Alemania han puesto en funcionamiento el ventilador de la basura y un trozo le ha golpeado a él en la cara.
Unas siglas (A.C.) aparecidas en la lista de Eufemiano Fuentes y la inacción y el mutismo del secretario de lo que nos queda de Estado para lo que nos queda de Deporte han sido más que suficiente para que algunos le den a la imaginación con ánimo avieso. Evidentemente, los culpables de que el nombre de Alberto Contador salga ahora salpicado son aquellos que publican rumores y cuentan embustes, impidiendo que la realidad, que es tozuda, les estropee una buena noticia. No sé cómo funcionará allí, pero al menos aquí uno es inocente hasta que no se demuestre lo contrario. Ellos, repito, son los culpables directos de esta estrafalaria situación, pero Jaime Lissavetzky, que no zanjó el asunto porque no supo, no quiso o no le dejaron, es también culpable indirecto de que Alberto, que debería estar disfrutando de su edificante triunfo, haya tenido que salir hoy a pelear contra la rumorología.
De cualquier forma, la rueda de prensa de Contador, que casi, casi ha llegado a donar su cuerpo a las autoridades competentes en materia de dopaje para que le examinen de arriba abajo y luego, por si quedara alguna duda, otra vez de abajo arriba, ofreciendo incluso su ADN para que hagan con él lo que consideren necesario, ha sido la rueda de prensa de un hombre limpio y un deportista sano y que mira de frente. Unas siglas escritas en un cuadernillo no pueden ser suficientes para manchar el buen nombre de un ciclista honrado. Quien la haga, ya sea a base de autotransfusiones, EPO inyectada o mentiras publicadas, que la pague. Si a Lissavetzky no le hubieran cegado hace tiempo los flashes de las cámaras, quizás no se habría llegado a esta triste situación y no habríamos tenido que presenciar a un gran campeón tratando de demostrar que es inocente. Por cierto que ese Tourmalet, el de las mentiras, no tiene por qué escalarlo solo Alberto Contador.