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El penúltimo raulista vivo

El tongo de Messi

Público o privado, conocido por unos pocos o sabido por todos, al final el tongo acaba por no reconfortar a nadie, tampoco a su momentáneo y circunstancial beneficiario. Si el tongo es íntimo, salvo que seas un auténtico crápula, tu conciencia te impedirá mirar a los ojos de la gente; y si es público, el ridículo será aún mayor. Dos ejemplos de tongos deportivos, uno público y de ficción y otro privado pero real y que, con el paso del tiempo, acabó saliendo a la luz para descrédito y vergüenza de sus autores intelectuales. Un tongo público (tan público que únicamente lo desconocía su protagonista) es el que Mark Robson nos cuenta en la magnífica Más dura será la caída, película basada en la novela de Budd Schulberg; en ella se nos cuenta la historia de Toro Moreno, un gigantesco pero torpe boxeador a quien con la ayuda del periodista deportivo Eddie Willis, interpretado por Humphrey Bogart, y el dinero del mafioso Nick Benko, a quien da vida en la gran pantalla Rod Steiger, pretenden convertir a base de amaños en el gran campeón que no es.

Toro Moreno es una buena persona pero un púgil desastroso y el tongo que hay montado a su alrededor es conocido por todos menos por él. De lo que nos habla Schulberg en su best seller no es por supuesto de boxeo, que vuelve a ser en el cine una excusa, sino de la mentira, de la manipulación, del dinero como elemento corruptor del deporte. La mentira convierte en un pelele al boxeador pero radiografía a quienes pululan a su alrededor, ya sean malas personas o bien, como es el caso del periodista Bogart, gentes que se ven en circunstancias vitales poco deseables para nadie. Un ejemplo de tongo privado y que, al final, ha salido a la luz es el del partido que enfrentó durante el Mundial de 1982, el que se celebró en España, a las selecciones de Alemania y Austria. Alemania venció a Austria por 1-0 y aquel marcador, pactado entre ambos rivales, dejó fuera a Argelia. En realidad todo el mundo conocía el tongo pero nadie estaba en disposición de demostrarlo hasta que hace poco Hans-Peter Briegel, el extraordinario defensa central, lateral, centrocampista, interior y hasta ocasional delantero que jugó en el Kaiserslautern y más tarde acabó haciéndolo en la Sampdoria, reconoció un cuarto de siglo después que sí, que se pactó aquel marcador. Alemania y Austria consiguieron clasificarse pero el descrédito les sigue persiguiendo y de lo acontecido hace más de 30 años continúa hablándose hoy. ¿Mereció la pena?... Sin duda alguna no.

Todo lo que toca la FIFA acaba pudriéndose entre sus manos. Como con el Drácula de Francis Ford Coppola, que marchitaba las rosas a su paso, cuando el máximo organismo del fútbol mundial mete sus zarpas en algún asunto acaba contaminándolo. Pasó con el Balón de Oro, que mientras lo organizó en solitario France Football fue un premio prestigioso y que desde que lo apadrina Blatter es un circo en el que se pierden votos, se extravían votantes, se ponen en huelga en Correos y en el que el conchabeo está a la orden del día. La entrega ayer, nada más finalizar el Alemania-Argentina, a Leo Messi del premio al mejor futbolista del Mundial de Brasil 2014 pasará a los anales de la historia de los tongos deportivos más cutres y reprobables. Es un tongo que, a diferencia de lo que puedan creer en FIFA, hace mucho daño a su receptor porque cuestiona otros títulos individuales recibidos por el argentino y que ya fueron motivo de agria polémica en su día. Salvo para un fanático, ese premio enturbia a quien lo entrega y mancha a quien lo recibe porque Leo Messi no ha sido, ni de lejos, el mejor jugador del Mundial, y porque, a diferencia de Toro Moreno, a él no le hacen falta estos masajes que poco o nada tienen que ver con el juego y sí con los intereses comerciales.

A Messi, el gran fiasco de Brasil 2014, no le pesan sus problemas con Hacienda o los celos de Neymar, a Messi le pesa Maradona. Maradona, la sombra del Pelusa, la mano de dios, tira de Leo hacia abajo y, del mismo modo que un golpe al hígado te quita el aire, el hecho de que Diego ganara él solo un Mundial para Argentina ejerce sobre él una presión semejante a la que supondría llevar sobre la cabeza un sombrero con mil kilos de iridio. Hasta que empezó el Mundial pensamos que Leo dejó en la estacada al Barça para centrarse en derrotar a Maradona, ahora sabemos que no, ahora sabemos que el asunto es peor. El que haya tanta gente esperando a la vuelta de la esquina a Messi no es, por supuesto, un problema del jugador ni tampoco de quienes le acechan sino paradójicamente de aquellos que no acaban nunca de alabarle y sostienen que Leo ha sido, es y será el mejor futbolista de todos los tiempos y amén. De amén nada, nada de amén. Para calibrar con cierta exactitud el daño que esta panda de fanáticos y aduladores haya podido hacerle a este chico habrá que esperar aún un tiempo prudencial. Pero de lo que tuvimos certeza absoluta ayer es de dos cuestiones: del tongazo de la FIFA, por un lado, y de que Messi sigue estando varios escalones por debajo de su sombra, que es Diego Armando Maradona. Entre que Messi es un futbolista fantástico y que es el mejor jugador de toda la historia hay un término medio que algunos poetastros no saben distinguir. Y ayer la deidad se diluyó ante Alemania como un azucarrilo se deshace en una taza de café caliente. Como, por cierto y cambiando de asunto, aunque ambos estén ínitimamente relacionados, acabaron también por deshacerse las falsas prédicas de los valores y la cantera. La salvación para Messi pasaría por abandonar este microclima de peloteo en el que ha nacido y que le tiene tan engañado, un ecosistema que le está ahogando. No lo hará, de ahí que por primera vez tema en serio por él.

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