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El penúltimo raulista vivo

El sueño cumplido y sufrido de una arrebatadora noche de verano

Habría sido una trágica paradoja que esta Holanda, a la que probablemente el fútbol deba un Mundial, se hubiera impuesto hoy a España. Sí porque cualquier coincidencia entre aquellos Cruyff, Neeskens, Krol o Resenbrink y estos Van Bommel, Heitinga o De Jong es pura coincidencia. Es más, viendo a esos tres acosando, golpeando y zarandeando al fútbol en su estado más puro e inspirado, que es Andrés Iniesta, me vino al instante a la memoria la película Con Air, aquella en la que Nicolas Cage, que es un hombre honorable, viaja en un avión rodeado de convictos. No creo sinceramente que a ninguno de los héroes del 74 y del 78, meritorios subcampeones del mundo, les hubiera reconfortado en absoluto que sus herederos de 2010 ganaran un Mundial por medio de subterfugios cuando ellos no lo consiguieron dándole todo el cariño al balón. Porque, después de todo, siempre se trata del balón.

Si Howard Webb, de quien su mujer explicó en la víspera de la final que no sabía cómo su marido podía dedicarse a dirigir un partido cuando era totalmente incapaz de meter en cintura a sus hijos, hubiera sido justo, Holanda habría acabado el partido con 8 ó 9 jugadores sobre el campo, y entonces es posible, sólo posible, que España no hubiera sufrido hasta el minuto 115 de partido. Porque, como ha sucedido a lo largo de todo el Mundial, (puede que con la honrosa excepción de Alemania), hoy únicamente hubo un equipo sobre el césped, un equipo que quiso jugar al fútbol desde el primer minuto. Si por mí fuera, Van Bommel, a quien a partir de ahora llamaré Johnny 23 en honor al personaje de la película de West, un buen chaval en comparación con este leñador, sería encerrado inmediatamente en la Torre de Londres; no merecía compartir guión con Xavi, Casillas, Pedro y Villa.

Pero no es noche de reproches sino de alegría. Escribo este artículo, que tengo que reconocer que jamás en mi vida pensé que escribiría, con lágrimas en los ojos, lágrimas de alegría después de un partido tenso en el que he llegado a temer que se me saliera el corazón del pecho. Veo borroso el teclado, no me lo tengan en cuenta, y, aunque suelen decir que a los periodistas no nos pagan por apasionarnos, en mi caso eso no es posible. Siento pasión por mi selección, pasión por esta generación irrepetible de fantásticos jugadores, pasión por Del Bosque y pasión por una afición que me ha puesto la carne de gallina y que a estas horas de la noche festeja en la calles de toda España la emoción de este sueño cumplido y sufrido de una arrebatadora noche de verano que jamás olvidaremos. 11 de julio de 2010. Campeones del mundo. Gracias chicos. Felicidades España. Nos lo merecimos más que nadie.

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